A continuación transcribo una nota hallada sobre la mesa de un café, junto a una taza vacía, un billete de cinco pesos, un cenicero con algunos puchos y un paquete de cigarrillos vacío y arrugado, como a las 10 de la noche, de una noche muy cualquiera.
El celular loco!! pará pará, adonde vas? el celular loco o te quito la mochila! Vaya tarde y vaya día. Tenía que sentarme a platicárselo a alguien y aquí me tienes, porque cuando tengo cosas que contar sólo te me ocurres tú.
Hoy amaneció de mierda, lloviendo largo y tendido, y ahí me tienes, saliendo bajo la lluvia para tomar camino hacia el lugar donde daría mi ponencia, Callao como al 1800 o algo así, la verdad es que traigo encima un litro de cerveza oscura y ahora me acabo de quemar la lengua con este café, pero vamos por partes.
Día de mierda te decía. Mi ponencia era a las 2:30 y a las 2:20 la estaba apenas imprimiendo, como a 10 calles del lugar. Hablaría de la fiebre amarilla frente a un montón de carcamanes argentinos con pelos en las orejas, en el X Congreso de Historia de Buenos Aires. Y ahí me tienes -de nuevo, porque siempre me tienes- en un salón piojoso, porque piojoso es el puto X Congreso, hablando de muertos y de pobres y de estigmas y de esas pavadas que me sabes bien, hablando frente a la viejita octagenaria que se estaba durmiendo en la primera fila y que me despertaba unas ganas locas por interrumpirme para gritarle ¡Ñora despierta, que yo no me dormí ayer mientras tu hablabas de los calzones largos que usabas y de cómo guardaban los zapatitos del bebé y de la basinica debajo de la cama y de mil pendejadas iguales! Pero aguanté sus cabeceos cínicos sabiendo que a esa edad seguro yo estaré durmiendo donde me sienten, bueno eso si llego a una fase tan tardía, porque con lo que fumo... Y bueno, que en la ronda de preguntas un pelotudo me sermoneó con que estaba mal y me soltó una ponencia completa para corregirme. ¡Qué pelotudo! de esos que sólo buscan sus cinco minutos de lucimiento erudito. Me lo monté sereno, consciente de que tenía todo para responderle. Vaya, que un tipo venga a hinchar así cuando ni siquiera ha leído a Marc Bloch. Yo tampoco, pero no en balde soporté cinco años de licenciatura en esto -aunque fuera técnica, como siempre me lo dices. Y cada vez que intentaba responderle se largaba hablando más y más, sin dejarme hilar dos palabras. Pasado [ilegible] aquel, un par de mujeres se acercaron a felicitarme, un ingeniero se enamoró de mi tema y la mamá del organizador -eso habla de la naturaleza del puto H. X Congreso- me dio un beso en la mejilla y casi me dio unas monedas para comprar un caramelo.
Salí casi a las 6 y muerto de hambre, así que caminé un par de calles al bar los galgos, un lugarcito viejo y lindo, con mesero super [¿ruquis?] y calvo y toda la cosa. Me senté junto a la ventana, me pedí una cerveza y un sandwich para acompañar la lectura, la vida exagerada de Martín Romaña, del buen Bryce Echenique. Tras rendir cuenta de la cerveza, los cacahuatitos y el sandwich más austero y más rico que se pueda imaginar, salí a la calle para ir al café moderna, un lugar pequeño y genial a un par de calles de ahí. En el camino, en plena avenida Callao, grande y muy transitada, se me acrecó un pibe de unos 20 o 22. Eh loco, ¿tenés un cigarrillo? y mi mala maña de nunca negar un cigarrillo -son como el agua, no se le niegan a nadie- me hizo detenerme y claro loco. ¿Colombiano? Mexicano. Yo lo enciendo, me dijo con recelo, que acá sólo los policías te encienden el cigarrillo. Carnal de donde vengo es señal de buena onda. ¿Querés participar de un negocio? yo traigo fierro, pistola vijte y mi compañero está ahí en la esquina, nos dedicamos a robar. No pude esconder la risa, no viejo, yo soy muy zonzo para eso, y me reí más pensando en que sólo soy un caco despreciable en las librerías, (nuevo cigarrillo) pero sospeché que no le interesaría mucho ese rubro.
Cuando dijo sé donde vivís, te hemos seguido, así que dame el celular ese que te he visto, me volví a reir, aún cuando ya tenía las manos del chavo revisándome ansiosas los bolsillos. No mi amigo, te equivocaste de tipo, yo no uso celular, mientras mi risa crecía sincera por lo ridículo que era todo. El celular y la billetera loco o te quito la mochila, y no entendía bien por qué el tipo estaba cada vez más enfadado. No mames mi amigo, si no traigo nada, sólo traigo un libro, le dije entre risa y risa, aunque pensaba que me dolería mucho que me quitara mi bolsa del congreso de lingüística de zacatecas y más aún me dolería mi libretita piojosa del instituto mora (que me costó dos varos) y mi libreta de cuero que tu, cuando me amabas, me obsequiaste por navidad. Pará loco, que te equivocas, le decía cuando ya tenía enfrente a otro pelado de la misma edad. Danos todo decían cada [ilegible por una mancha de café] extrañados de que no dejara de reirme. Anden a la mierda pensé, sin decirlo, que tampoco me las doy de valiente, era sólo que traía encima la cerveza y lo chusco del X Congreso y una lectura que me ha gustado y un mar de ganas de tenerte junto a mí, así que con la mayor cortesía me despedí de ellos, y al ser un cuadro tan patético y ridículo, no les quedó más remedio que sonreir también.
Ya loco, era una broma, sonríe que allá está la cámara, claro, sonreí pensando que si hubiera una cámara ya la hubieran robado, y caminé dos cuadras cagado de risa hasta esta mesa donde ahora escribo y este café que me quemó la lengua y estas ganas locas de contártelo, de contarte tantas cosas como ésta y de mirar tus ojos cafés, tus bellos ojitos enamoradores de hombres, mientras me escuchas esta historia ridícula.
Y aquí, desde un café en Córdoba y Callao, me muero de amor por ti.