jueves, 31 de diciembre de 2009

tres uvas

No hay balances de fin de temporada, no hay sumas ni restas, para qué, si sabemos que en el corazón los números son rojos. No hay reclamos ni arrebatos de ira -o de dicha- ni con dios ni con el diablo. Para mañana no hay mañana, ni ideas, ni planes o proyectos. No hay esbozos ni trazos, pues no hay imaginación que guíe el lapiz. El pronóstico del clima pinta días grises con frío al interior, y en la quilla de las naves, en las pocas que no se han quemado aún, el cielo se observa cerrado de aquí hasta el horizonte. En los diarios clandestinos se anuncia que nos han robado la primavera en diciembre, y por si fuera poco, se teme una epidemia de tristeza en la ciudad.
Así las cosas, pero brindo bohemios, por las cosas chidas que se dieron en los alrededores: un cambio de estado civil en feisbuc, una tesis de Bolaño, un exitoso trabajo de campo en Chenalhó, una obra taquillera, una beca, una chamba en el inba. Brindo bohemios, porque el año les pinte agusto, porque las felicidades sean más que las desdichas, porque sean más las bienvenidas que los adioses.
Esta noche bastan tres uvas: la primera, porque el de arriba le conceda salud a mi vieja nata; la segunda, porque esa mujer sea muy feliz, que bien lo merece; y la tercera, porque a ustedes, bohemios, la vida les sea muy grata.

sábado, 28 de noviembre de 2009

manuscrito encontrado en Córdoba (y Callao)

A continuación transcribo una nota hallada sobre la mesa de un café, junto a una taza vacía, un billete de cinco pesos, un cenicero con algunos puchos y un paquete de cigarrillos vacío y arrugado, como a las 10 de la noche, de una noche muy cualquiera.
El celular loco!! pará pará, adonde vas? el celular loco o te quito la mochila! Vaya tarde y vaya día. Tenía que sentarme a platicárselo a alguien y aquí me tienes, porque cuando tengo cosas que contar sólo te me ocurres tú.
Hoy amaneció de mierda, lloviendo largo y tendido, y ahí me tienes, saliendo bajo la lluvia para tomar camino hacia el lugar donde daría mi ponencia, Callao como al 1800 o algo así, la verdad es que traigo encima un litro de cerveza oscura y ahora me acabo de quemar la lengua con este café, pero vamos por partes.
Día de mierda te decía. Mi ponencia era a las 2:30 y a las 2:20 la estaba apenas imprimiendo, como a 10 calles del lugar. Hablaría de la fiebre amarilla frente a un montón de carcamanes argentinos con pelos en las orejas, en el X Congreso de Historia de Buenos Aires. Y ahí me tienes -de nuevo, porque siempre me tienes- en un salón piojoso, porque piojoso es el puto X Congreso, hablando de muertos y de pobres y de estigmas y de esas pavadas que me sabes bien, hablando frente a la viejita octagenaria que se estaba durmiendo en la primera fila y que me despertaba unas ganas locas por interrumpirme para gritarle ¡Ñora despierta, que yo no me dormí ayer mientras tu hablabas de los calzones largos que usabas y de cómo guardaban los zapatitos del bebé y de la basinica debajo de la cama y de mil pendejadas iguales! Pero aguanté sus cabeceos cínicos sabiendo que a esa edad seguro yo estaré durmiendo donde me sienten, bueno eso si llego a una fase tan tardía, porque con lo que fumo... Y bueno, que en la ronda de preguntas un pelotudo me sermoneó con que estaba mal y me soltó una ponencia completa para corregirme. ¡Qué pelotudo! de esos que sólo buscan sus cinco minutos de lucimiento erudito. Me lo monté sereno, consciente de que tenía todo para responderle. Vaya, que un tipo venga a hinchar así cuando ni siquiera ha leído a Marc Bloch. Yo tampoco, pero no en balde soporté cinco años de licenciatura en esto -aunque fuera técnica, como siempre me lo dices. Y cada vez que intentaba responderle se largaba hablando más y más, sin dejarme hilar dos palabras. Pasado [ilegible] aquel, un par de mujeres se acercaron a felicitarme, un ingeniero se enamoró de mi tema y la mamá del organizador -eso habla de la naturaleza del puto H. X Congreso- me dio un beso en la mejilla y casi me dio unas monedas para comprar un caramelo.
Salí casi a las 6 y muerto de hambre, así que caminé un par de calles al bar los galgos, un lugarcito viejo y lindo, con mesero super [¿ruquis?] y calvo y toda la cosa. Me senté junto a la ventana, me pedí una cerveza y un sandwich para acompañar la lectura, la vida exagerada de Martín Romaña, del buen Bryce Echenique. Tras rendir cuenta de la cerveza, los cacahuatitos y el sandwich más austero y más rico que se pueda imaginar, salí a la calle para ir al café moderna, un lugar pequeño y genial a un par de calles de ahí. En el camino, en plena avenida Callao, grande y muy transitada, se me acrecó un pibe de unos 20 o 22. Eh loco, ¿tenés un cigarrillo? y mi mala maña de nunca negar un cigarrillo -son como el agua, no se le niegan a nadie- me hizo detenerme y claro loco. ¿Colombiano? Mexicano. Yo lo enciendo, me dijo con recelo, que acá sólo los policías te encienden el cigarrillo. Carnal de donde vengo es señal de buena onda. ¿Querés participar de un negocio? yo traigo fierro, pistola vijte y mi compañero está ahí en la esquina, nos dedicamos a robar. No pude esconder la risa, no viejo, yo soy muy zonzo para eso, y me reí más pensando en que sólo soy un caco despreciable en las librerías, (nuevo cigarrillo) pero sospeché que no le interesaría mucho ese rubro.
Cuando dijo sé donde vivís, te hemos seguido, así que dame el celular ese que te he visto, me volví a reir, aún cuando ya tenía las manos del chavo revisándome ansiosas los bolsillos. No mi amigo, te equivocaste de tipo, yo no uso celular, mientras mi risa crecía sincera por lo ridículo que era todo. El celular y la billetera loco o te quito la mochila, y no entendía bien por qué el tipo estaba cada vez más enfadado. No mames mi amigo, si no traigo nada, sólo traigo un libro, le dije entre risa y risa, aunque pensaba que me dolería mucho que me quitara mi bolsa del congreso de lingüística de zacatecas y más aún me dolería mi libretita piojosa del instituto mora (que me costó dos varos) y mi libreta de cuero que tu, cuando me amabas, me obsequiaste por navidad. Pará loco, que te equivocas, le decía cuando ya tenía enfrente a otro pelado de la misma edad. Danos todo decían cada [ilegible por una mancha de café] extrañados de que no dejara de reirme. Anden a la mierda pensé, sin decirlo, que tampoco me las doy de valiente, era sólo que traía encima la cerveza y lo chusco del X Congreso y una lectura que me ha gustado y un mar de ganas de tenerte junto a mí, así que con la mayor cortesía me despedí de ellos, y al ser un cuadro tan patético y ridículo, no les quedó más remedio que sonreir también.
Ya loco, era una broma, sonríe que allá está la cámara, claro, sonreí pensando que si hubiera una cámara ya la hubieran robado, y caminé dos cuadras cagado de risa hasta esta mesa donde ahora escribo y este café que me quemó la lengua y estas ganas locas de contártelo, de contarte tantas cosas como ésta y de mirar tus ojos cafés, tus bellos ojitos enamoradores de hombres, mientras me escuchas esta historia ridícula.
Y aquí, desde un café en Córdoba y Callao, me muero de amor por ti.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

la p m que lo parió dos veces

Y cuando uno piensa que el día terminará tan sólo con esos sinsabores, se me ocurre entrar a la jornada y ver:

que la policía gorila arrestó opositores que protestaban contra los golpistas hijoeputas en honduras...

que la inteligencia gorila de la interpol, todos unos hijoeputas, publicaron la foto de lucía en los más buscados.

pero que grandísimos hijos de la chinagada se encuentra uno en los periódicos.

pero que falta de respeto... que atropello a la razón!

aguante lucía!!!!

la p m que lo parió

Si escribiera lo que estoy pensando justo ahora, comenzaría diciendo La puta madre que lo parió...
Pero en vista de que suena fuerte y que no hay que perder la compostura, mejor contaré la historia de cómo una librería me robó, además de la ilusión de comprar un libro, un día entero de mi vida y una ilusión aún mayor.
Lunes 28 de septiembre. Hay sol y eso ya es de festejarse, y lo hago decidiendo que caminaré hasta la Biblioteca Nacional, sitio donde me entretengo leyendo un diario de 1871. Saliendo de mi casa pasa el bus, que en 25 minutos me deposita tranquilamente en la esquina de la biblio, pero no, me digo, el bus es de pusilánimes, enciendo el primer cigarrillo y comienzo a caminar, pues sólo a pie se conocen las ciudades. Cuando llevo 20 de las 29 calles que debía recorrer (tengo mi guía justo ahora), veo en la otra acera la librería Paidós, sobre Santa Fe. Por supuesto entro y por supuesto cuando me doy cuenta ya tengo un par de libros en la mano, por supuesto de literatura. el vendedor me rompe el corazón con el precio: 56 mangos, que no es excesivo, pero para un tipo cuyo capital se reduce a 70 para tres días hasta que depositen la beca, es simplemente privatorio. Así que regreso los cuentos de Felisberto Hernández al estante, a dormir el sueño de los justos, mientras que mentalmente juro que volveré por la revancha. Al salir, un cartel se me cruza en el camino: Congreso Internacional Ciudades Latinoamericanas. Vaya, no suena mal; veo las instituciones y que organiza la UBA, bien; veo las categorías: uy, una es de historia y arquitectura, la cosa mejora bastante. Ahora veo las fechas: envío de resumen, hasta el 30 de agosto, envío de ponencia, 30 de septiembre.
Recorro las restantes nueve calles pensando que sí, que hace tanto no presento nada, que puedo sacar hasta tres posibles temas para presentar, que ya estás peinado pa tras pinche flaco. Llego a la bilio y, tras esperar una hora, resulta que las máquinas de microfilm (ambas dos) no las aflojarán quienes las están ocupando, pues son investigadores -uno de ellos me ve con suficiencia, como pensando jo pendejo, te gané. Carcacha y se te retacha güey.
Martes 29: paso el día en la biblio, y me regodeo con seis horas de microfilm pensando en el pelotudo del día y el parágrafo anterior. No dejo de pensar en la ponencia. Por la noche, hasta las tres y media, busco y rebusco como armarla.
Miércoles 30: despierto tarde y me lo reprocho al instante. Tiendo mi cama (acá lo hago religiosamente todos los días, me doy asco por mustio), preparo huevos a la mexicana, como todos los días (no se me ocurre o no tengo ingredientes pa otra cosa) (pd. mi reino por una guajolota de dulce y un atole), como en chinga, me calzo mi paliacate y me siento a la máquina.
Salí una vez, a comprar 250 gr. de café con los chinos de junto, otra a las 8 de la noche a comprar tres pedazos de pizza, dos veces me levanté para ir a ciertos menesteres privados y tres a la puerta para fumar (una de ellas, lo confiezo, me crucé la calle pa tomar el sol). A las 9:46 mandé la ponencia (no cambié el reloj de la compu, así que acá eran las 11:46), con un buen sabor de boca por haberla terminado en un día y con el sacrificio-penitencia de no fumar en la máquina. En el correo, claro, me deshago en disculpas y lambisconerías, esperando un poco de suerte y condescendencia, esperando que consideren que la convocatoria de su congreso internacional nomás llegó hasta Mar del Plata. Justo llega Matteo, mi camarada italiano de habitación, llevando en brazos una Quilmes y empanadas -siempre come empanadas por ser varas-, en el momento que acabo de enviar el correo. Me cuenta su día, de los cartoneros con los que anduvo platicando. Este Matteo es un chévere.
Veinte minutos más tarde, en la charola de entrada, veo la respuesta:
Daniel: nos gustaría mucho seguir incluyendo gente. Pero dada la gran cantidad de expositores y el poco tiempo que tenemos para desarrollar el congreso, no podemos seguir incluyendo expositores. si te interesa, de todas formas podés participar del congreso como asistente.Si es así, envianos nuevamente la ficha de inscripción con los datos requeridos para los asistentes.Mil disculpas.Saludos.pablo.
Matteo ve como se me descompone el semblante y no duda en obsequiarme con un trago de su Quilmes. No volveré a entrar a ninguna librería en mucho tiempo. La puta madre que lo parió.

viernes, 25 de septiembre de 2009

de los múltiples míticos mágicos significados del paliacate

Un tanto azorada, como mosqueada por tocar cuaestiones sensibles, Etty, mi juvenil y pequeña casera setentona, me atrapa en la cocina y me pregunta con la mayor delicadeza: "oye, ¿que significado tiene para ustedes el paliacate? porque un argentino jamás lo usaría". De inmediato se agolpan en mi cabeza varias posibles respuestas: le contaría como, en la religión a la que pertenezco, acorde a los preceptos que, entre otras cosas, niegan la existencia de dios y postulan la inminencia del fin del mundo en el 2012, como lo dijeron nuestros padres los mayas, el paliacate es un símbolo sagrado del ayuno físico y espiritual; tal vez le contaría que, en las salvajes tierras de donde provengo, la mayoría de las personas, sin distingo de profesión o clase social, usan el paliacate en la cabeza para honrar la memoria de José María Morelos y Pavón, con la creencia de que esta tela en la cabeza nos conecta, en un plano cósmico, con los próceres que nos dieron patria; incluso pensé en poner cara de circunstancias y explicar que es la herencia que me dejó mi padre justo antes de que, impulsado por el hambre y la sequía, tuviera que salir en una expedición mortal para cazar el tatanca-búfalo, aventura de la cual no regresó y por eso ahora lo uso para honrar su memoria; ya de jodido, creí conveniente rememorar la fatídica lucha del voto por voto y como el paliacate amarillo es el emblema del populismo, del eje del mal y de la resistencia activa. Lo cierto es que, en medio de la risa que me provocó la indiscreción de esta mujer, recordé a Areli la bella, preguntándome en la fila de Lan para acreditar el equipaje, si llevaba mi paliacate chairo, "pero claro que lo llevas, si es la insignia de los latinoamericanistas chairos en su andar revolucionario". Esa mujer no se cansa de tener siempre la razón.
¿Que un porteño jamás lo usaría?, bueno, supongo que tampoco puedo decir que en el salvaje mundo de gente comecorazones al que pertenezco, el paliacate sea una prenda común. Básteme rememorar aquella bonita ocasión en que, por llevar paliacate y malaspecto -que no es o mismo pero es igual- en una mudanza allá por las Tolucas, una ñora y los vecinos del edificio me agarraron de su pendejo.
En México, quizá sólo lo use la banda en las manifestaciones, los trabajadores en el campo, los chavos de los diablitos en la central de abastos o los luchadores en Atenco. Quizá, fuera de estas circunstancias (el conocimiento empírico ha demostrado que ni siquiera los latinoamericanistas lo emplean), quien use paliacate en la vida cotidiana deba ser fodongo, un tanto exhibicionista, un poco ridículo o un poco conciente de que sus orejas lucen más ridículas con gorrita. Quizá, como un tipo que tiene no sólo uno sino dos paliacates, deba empezar a adoptar la historia del padre cazador del tatanca búfalo.

domingo, 20 de septiembre de 2009

yo, negras

Dos contra uno, y en plena plaza Congreso a las dos de la tarde, entre señoras copetonas paseando perritos horrendos o bebés. Era uno de los dos días soleados que han aparecido por acá en las últimas semanas y yo me disponía a leer en algún cafecito, pero como el asunto ya pintaba a agandalle, me acerqué a fisgonear. Dos contra uno y la cosa iba pareja, pues el que estaba solo se las arreglaba bastante bien, manejaba la defensa con pericia y se mostraba tranquilo, mientras que sus atacantes estaban cada vez más nerviosos, sin concertar movimientos, hasta que los nervios los traicionaron por completo y cayeron aplastados por un golpe fulminante ejecutado en tres tiempos. El flaco se batió bien, tan bien que ya envalentonado aceptó un segundo duelo. Yo ni tardo ni tan lento dije esta es la mía, aventé el morral y me puse en guardia.
Sin remilgos lo reconozco: fue el diferencial de edad lo que me puso en franca ventaja. El flaco se movía bien, pero a sus diez o doce años poco podía hacer frente a un vejete más curtido en estos menesteres como yo. Él empezó atacando, se lanzó al frente con destreza tratando de aprovechar algún posible descuido por los flancos; se movía confiado, sin achicarse ni renegar de mi ventaja. Aguanté su embate inicial y las primeras azonadas, mientras lo calaba y veía el mejor momento de caerle, hasta que el pobre flaco dio un paso en falso, que aproveché cabalmente y a partir de ahí el pibe se vino abajo. Tres segundos más tarde había terminado todo.

El pibe miró hacia arriba y me dijo con cierto desdén, "bueno, él te va a ganar", señalando a un don como de sesenta tacos que ya caminaba hacia nosotros. A la primera ojeada estuve plenamente de acuerdo con el chavito, pero ya no era cosa de rajarse a pesar de saber que la causa estaba perdida de antemano. El don tenía esa mirada peculiar de los que otean la presa y van por ella. Seguro no le pareció muy bueno que me anduviera pasando de lanza con el chavito, así que se acerco tranquilo y me la cantó derecho. Pus como vas don -estuve a punto de soltarle el bonito "ya estas peinado pa'tras", pero seguro no hubiera comprendido- y empezó todo. Supongo que era el viento frío que calaba aquel día lo que me hacía temblar, eso y los nervios, la adrenalina que se pasea alegremente por el cuerpo ante el mínimo pretexto. El don, viejo lobo, no se alocó; como alguien que está acostumbrado a este tipo de encuentros callejeros, primero me midió, vio que en el fondo era malo, que era el típico gandalla de morros y se puso más entrón. Debo decirlo, aguanté vara, no era fácil, el don tenía mucha cancha y yo hacía mucho tiempo que no me enfrentaba a nadie, pero aguanté vara. El asunto iba bien, un toma y daca de lo lindo. Defensa arriba, no descuides la izquierda, creo que se va a abrir al siguiente ataque, no pierdas la cabeza. Los mirones se arrejuntaron, esperando ver como el viejo lobo -al que por lo visto ya varios conocían- corregía al chabón y le daba su estate quieto. En un momento me vi rodeado por esos rostros extraños y acechantes -sin duda esperaban su turno de ponerme en mi lugar-, con las manos agarrotadas por el frío y los nervios a punto de quebrarme. Levanté la derecha, ensayé una defensa desesperada y al instante supe que todo estaba perdido. El don lo supo también, tal vez lo supo antes que yo, tal vez vio mis nervios. Con la diestra tomó el caballo y amenazó a mi reina, mientra que su alfil quedaba en una diagonal perfecta con mi rey. Un golpe limpio, bien ejecutado, que me dejó plantado. consumatum est.

Cuando un tipo le preguntó al don quien había ganado, el don, con su cara de buen tipo y el tono de quien invita a volver, respondió "él, por generosidad, me dio ventaja y me regaló una pieza". Me calló bien desde el principio, con sus gafas caidas y su andar cansino. Tras varias partidas muy buenas, di las gracias al don y lo dejé ahí, en su puesto de libros de la plaza Congreso, con la certeza de que vendrá la revancha.

martes, 8 de septiembre de 2009

pibe! subí las manos cabrón!

¿Que es un blog si no un modesto y lindo muro de las lamentaciones? y he aquí una: me han robado!! Los muy cerdos bandoleros modernos, impunes, invisibles, me tendieron un cuatro, y claro, vaya presa sencilla y pichón: un petisito con carita de pobre pendejo, que a leguas se le nota lo fuereño en la diminuta estatura, en las facciones mestizas y en la manera en que choca los dientes por el puto viento de mierda, mientras deambula bañado por un aura de ingenuidad. El candidato ideal para esquilmarle la guita.
No culparé a la ciudad por este bandolerismo puerco, porque los infelices están en todo el mundo. Se les llama banqueros, especuladores o en mi caso, tienda de autoservicio. Ahí tenían al pobre chico, que sale a pelear con el viento tras haber cumplido con uno de los usos y costumbres de los nativos: tomar el café con leche y mediaslunas. En esta insólita región de la América europea a eso le llaman desayuno; de donde vengo a eso le llamaríamos con el más genérico pero mucho más descriptivo nombre de mamada. ¿Pero a quien quieren engañar con el cuento de que un café con tres pinches cuernitos pinches es un desayuno? pues eso, más una copita de jugo, vale nueve pesos, lo que según la cotización de hoy (1.000 ar-3.485 mx) equivale a decir que en un cafetín pulguiento me birlaron $31.40 varos del águila.
Bien, guarda la compostura, piensa que seguro en Londres te fletarías un frío igual de perro y hubieras pagado más por el mismo desayuno. Claro, siempre puede ser peor. El chico tarda más en abrir la puerta del café que en lo que ya encendió el primer cigarrilo, y lo valora más por el supremo esfuerzo que tuvo que hacer para caminar las cinco calles que separan su casa del café, todo en aras de no fumar en ayunas. Camina rezando porque Dios le haga el milagro de los panes y los peces pero con los suéteres, y que su chamarrita y chalequito piojosos se multipliquen. Claro, eso no sucede y sólo queda fumar de nuevo. Llega a un cajero de BBVA Francés y retira $3 485 pesos de Hidalgo y Zaragoza, que tras viajar 7,412 km en segundos se desintegran y se convierten en mil pesos de los locales. Ah!, claro, en la pantallita del cajero aparece una advertencia, un ¡Arriba las manos! este cajero le quitará $11, 58 por la operación realizada, aparte de lo que su propio banco le baje a su vez. Sin nada con que defenderme a mano, el bandolero que se esconde dentro del cajero me usurpa el dinero y deja que me largue con mis mil pesos.
Y el pibecito que se caga de frío, ¿para qué quiere esa plata? pues 750 (2 614 varitos) son para pagarle a Etty por dejarme ocupar una cama en una habitación compartida, por usar un baño compartido y una cocina con nevera y sin micro. Del resto de la plata debe comprar algunos enseres básicos: un shampoo pues hasta hoy lo ha hurtado de quien se ha dejado, pasta dental y cosas elementales para inventar un desayuno. Empujado por el puto frío se mete en el primer super que encuentra en Entre Rios, una pequeña tienda llamada Disco. No contaré a detalle la hora y media que tardó el pobre güey en hacer una despensa muy modesta, ni el gusto que embargó su helado corazón al encontrar en un estante rajas y frijoles La Costeña (por sabor) -productos por los que pagó en su calidad de mercancías exóticas: 26 varos por las rajas y 23 por los frijoles. El chico, despierto como es, adivina que los de la costeña los trajeron caminando desde Tultitlán, Edo Méx., hasta acá, de ahí el precio-, sólo mencionaré que cuando la señorita de la caja le dijo ¡Arriba las manos cabrón, ya te cargó la chingada! pues las dos bolsitas de super que llevaba costaban $101 con 19, es decir 353 varitos, el pibe, del miedo, se volvió a cagar. Afortunadamente los bandoleros tuvieron compasión del flaco, no lo golpearon físicamente, no le bajaron el chalequito por pura consideración del pinche frío puerco que hay afuera, y hasta lo dejaron partir con sus dos ridículas bolsitas de despensa. Andate flaco, y no volvás más por acá.
La desgracia en pesos mexicanos:
Unas tortillas de harina de la exclusiva marca Bimbo (10 pzas): $20. 45
Paquete de seis, sí, seis huevos blancos (sin mamadas de orgánicos ni nada, normalitos): $15.65
Coca de lata: $8
Ades: $16
Yoguthsito de fresa marca pedorra: $8.50
...vivir en la europa tercermundista, según los nativos, no tiene precio.

lunes, 7 de septiembre de 2009

a hurtadillas

Fumo...
Fumo con deleite un cigarrillo, con el placer de quien fuma a escondidas. En casa de Etty no se fuma por no molestar a las otras cuatro personas que viven aquí, incluida la propia Etty. Como en el defectuoso, en esta ciudad no se fuma en establecimientos públicos, salvo en un reducido número de cafés y restaurantes que cuentan con salones para fumar. Por eso, si uno afina un poco el olfato, puede percibir que las calles no sólo tienen ese perfume de smog y de miasmas citadinos, también huelen a humo de cigarrillo.
Los fumadores, ese temido mal cancerígeno que amenaza la sana convivencia en una sociedad moderna, somos seres inficionados, incapaces de juntar la suficiente voluntad para dejar el vicio y aprender a vivir ecológicamente, sanamente, bonitamente. Esa es la moraleja de los manuales de urbanidad no escritos pero sí legislados. Por eso, nuestra propia debilidad nos condena inexorablemente a abandonar un restaurante, a dejar enfriar un café sobre la mesa o a interrumpir una charla -que de todas maneras no acaba por convencer sin fumar-, a dejar una lectura o una cerveza y enfrentar la intemperie, soportar la lluvia o los diez grados centígrados del exterior. En Buenos Aires, a diferencia de lo que sucede en la ciudad de México, la gente y especialmente las mujeres, fuman a plenitud mientras van por las calles. En esta ciudad, donde los gélidos y agresivos aires poco tienen de buenos, una ciudad que está hecha para caminarla, los fumadores tomamos posesión de las aceras y nos resignamos a enfrentar la adversidad y la inclemencia con el cigarrillo en los labios.
Con las restricciones fumamos menos, tal vez, pero nos aburrimos más, pues aquellos placeres de beber café o un trago y conversar o leer pierden buena parte de su encanto. Pienso en los amigos, en las personas que posiblemente leerán esto, y caigo en la cuenta de que todos son fumadores, salvo una reducida minoría que no lo son pero que lo compensan con una buena tolerancia. Pienso en mi casa, que siempre lo hemos defendido como territorio libre para los viciosos de voluntad enclenque, donde podemos fumar a todo pulmón. Cuanto se extraña aquel lugar en ratos como este, cuando a las dos y media de la madrugada tengo que fumar a hurtadillas; sobre todo como se extraña a esa alguien con quien se comparten las cosas más bellas de la vida, claro, entre ellas fumar.

domingo, 5 de julio de 2009

¿como van a caber tantos sueños en una caja de cartón?

Los pamboleros dirán que un estadio vacío es la imagen más triste que puede haber. Los alcoholes opinarán que un tugurio en las proximidades de la madrugada, con las sillas patas arriba encima de las mesas (en caso de que haya unas y otras), es lo más melancólico que puedan imaginar. Yo, de méritos mucho más modestos, creo que un librero vacío es algo insoportablemente desolador. Por eso me parte el alma en cachitos pequeños la imagen de los libreros, antaño contentos y platicadores, ahora vacíos.
El buen Paquito Taibo ahora reposa en una caja de detergente Roma, espacio que comparte con Volpi y Vargas Llosa, por lo que seguramente no debe estar muy contento. En una caja que hasta ayer transportó doce botellas de litro de salsa Valentina, hoy viaja Artemio Cruz. Como el tipo es todo un misántropo, supongo que le disgustará cuando Capote, Galeano y Sabina se pongan a platicar. Por eso lo mandé con la tristeza de los llanos de Rulfo y las memorias de Martín Luis Guzmán, que en algo se entenderán.

La colección de la nueva revista de filología hispánica reposa en una caja de Ariel, mientras que cerca de dos milenios de historia de América Latina cupieron en una caja de Classyta, cuchara pastelera. ¿Donde quedó Ricoeur? ¿y Boorstin con sus descubridores? ¿y Quino con sus monos? Recuerdo que mandé juntos al Moncho, a Del Paso y a Pacheco. Serna, el buen Enrique Serna que, desde la primera página se su Orgasmógrafo me dice "por el placer de encontrar un lector como tú" duerme esta noche en una caja de saldeuvas Picot.

Los últimos siempre serán los primeros, por eso los que cayeron en las cajas hasta el final fueron Borges, Bioy Casares, la Rayuela y los cuentos completos del cronopio, los relatos de Cercas. Tal vez me remordía la conciencia imaginarlos encerrados, sin luz, sin vida, como si fueran simple papel. Tal vez no quería llegar al día en que tuviera que despertar y darme de bruces con su ausencia. Seguro soy un lector anticuado y ortodoxo, que toma a los libros como esos amores de toda la vida; uno de esos que piensan la lectura inevitablemente ligada al café y los cigarrillos, pues leer y releer no es otra cosa que charlar con un viejo y querido amigo, y todo mundo sabe que no se charla sin el tabaco en el café.

martes, 30 de junio de 2009

la multitud errante II/II

Por respeto al respetable, me salto hasta mi intromisión en la genealogía familiar. Por azares del destino me tocó llegar en una temporada de vacas no tan flacas, y con mis tres kilos doscientos llegué a vivir a un departamento en la Narvarte, con mi madre, mis tres tíos y la vieja Nata. El abuelo ya había bailado las calmadas para entonces, cuando se fue con otra morra, gracias a dios. En este espacio nada pequeñoburgués, transcurrieron mis siete primeros años; me enamoré de una sexy nena en primero de primaria, seguí engordando, alguna vez hice el ridículo en la escolta, y me agarró una mañana el temblor del '85. Después de sucesos tan trascendentales, tuve que empacar mis chingaderas cuando a mi madre -madre soltera desde que la conocía- le dio por casarse (de nuevo, hágame el cabrón favor). Ahí empezó el trajinar del Nano.

Primero un departamento en el piso 800 de un destartalado edificio en la Jardín Balbuena, donde uno tenía que interrumpir la comunicación telefónica cada vez que un avión pasaba por el pinche escándalo. Año siguiente, un nuevo hermano y un departamentito en la colonia Relojeros, por la Viga y Churubusco, en un edificio más viejo que el anterior y oscuro como la chingada. Dos años más y va de nuez, ahora marchando al destierro en el norte de la ciudad (echando mano de la atinadísima expresión que le escuché a Francisco Hernández). Caímos en Tlalnepantla y cayó un nuevo hermano, bueno, hermana para ser precisos.

Tras conocer tres departamentos en la vulgarmente conocida Tlane, fuimos a parar hasta los confines del mundo conocido, en una colonia de cuyo nombre no me quiero acordar, esta vez sin un nuevo hermano y con un perro, lo que a mi juicio constituyó una gran innovación. Era 1995, yo caminaba con mi carita de pendejo en los pasillos del CCH Azcapo, al que acababa de entrar, hacía dos horas de ida y las respectivas de regreso escuchando a Martín Hernández en la gloriosa Radioactivo 98.5, y aprendía a convivir con un barro que se instaló por meses en mi nariz. De buenas a primeras, ¡zaz!, se murió el perro y nos pescó la de andamos huyendo Lola, y de un día para otro tuvimos que largar a la virreinal Puebla.


Viví en Puebla diez años, tiempo justo para hacer una vida con la Areli, una prepa y una licenciatura que más parecía técnica, en la buap. Allá se detuvo la tradición del andar a salto de mata y solamente tuvimos dos hogares, el último, donde actualmente reside mi bandera, con otros dos perros claro.


Uno siempre acaba regresando a los orígenes, por eso hace tres años que vivo en el defe, en el pisito que la Are y yo hemos construido como un hogar. Es difícil hacerse a la idea de comenzar una nueva mudanza, tan difícil que en lugar de empacar me siento a escribir posts interminables, mientras miro de reojo a la flaca que ríe frente a mí, en su pedo y en su chat con el Samuel. Sacando cuentas, he vivido en diez casas distintas, por eso hice la primaria en cuatro escuelas, por eso estoy acostumbrado a empacar mis mugres y agarrar rumbo en nuevos horizontes. Por eso me considero un chilango cabal, uno más en esa multitud errante que va de un lado a otro de la ciudad, cumpliendo con modernas historias que se deben escribir en códices con patitas y cerritos. Como los demás, entre mudanza y mudanza he aprendido a aceptar mi destino y a reconocer que el arraigo, para los que nunca han podido hacerse de una casa propia, se tiene hacia la ciudad misma, hacia la canalla ciudad.


domingo, 28 de junio de 2009

la multitud errante I/II

Ni hablar, no queda otra que arrancar una nueva mudanza. Siempre he pensado que eso de mudarse es una práctica natural para el chilango, que la mayoría de los nativos del de efe -la mayoría jodida, claro está, que no tiene más que el petatl donde duerme- debe estar acostumbrada a trajinar, cada determinado tiempo, con sus triques y sus proles hacia un nuevo hogar. De algún modo, se me hace que por cierto atavismo, los chilangos estamos condenados a repetir ad nauseam el itinerante vagar en estas tierras en busca de un asentamiento, tal como lo hicieron los chilangos primigenios en pos de la tierra prometida, donde estuvieran el águila y la serpiente según se inventaron después, pero en realidad en pos de un lugar donde no los echaran. Siete u ocho siglos después -para exactitud de fechas consultar a un historiador, que yo estoy exento de esas vainas- la chilanga banda continúa el peregrinar, de Azcapotzalco a Texcoco, de Coyuacan a Chalco, de Tacuba a Xochicalco y anexas, cada vez que el contrato de su departamento ha caducado, que se busca gastar menos de dos horas de transporte colectivo entre la casa y el trabajo o escuela, o simplemente cada vez que el casero de buenas a primeras te lanza. Así, agarras tus chivas y te encomiendas al dios huitzilopochtli (¿raíces de mi naturaleza chaira acaso?), para anotar un nuevo episodio en la tira de la peregrinación personal.

Supongo que esta sensación me viene de familia. Como tantas, como todas, mi banda se origina en las migraciones de la gente del campo que, escapando a la miseria rural, se inscribe en la miseria urbana de la gran capital de las primeras décadas del XX, apenitas después de la Revolución. La memoria se remonta a la bisabuela María Manuela, mujer nahuatlaca, de duro talante y mirada tristísima, que habiendo nacido en Acajete, Puebla, se me fue a casar allá por Veracruz. Tras algunos años de matrimonio y madriza, como mandaba el canon, una madrugada emprendió la graciosa huida con dos hijos propios y una endilgada (personaje de un futuro post), que el marido había tenido con una jarocha y después se la llevó a Manuela (hágame el cabrón favor), como también mandaba el canon. La bisabuela, apenas bilingüe, analfabeta y con tres lobeznos, llegó al defectuoso en los tiempos de mi general Elías Calles, con una mano atrás y otra adelante, a refugiarse en casa de una comadre donde a los tres días empezó a apestar. Cuenta la memoria oral que, desesperada y sin un quinto partido por la mitad, doña Manuela se sentó a llorar en la calle, y que la gente al verla tan desgraciada le tiró alguna moneda. La bisabuela pensó, si por no hacer nada me dan alguna ayuda, mejor vendo algo, y así comenzó a vender naranjas en una acera. Con los años el negocio progresó y cambió de giro, hasta vender dulces a la salida de un cine. En aquellos años de miseria, la bisabuela y sus chamacos cambiaron de residencia en varias ocasiones, de cuartito en cuartito y de vecindad en vecindad.

Corrieron las aguas del río, mi abuela Nata creció y un buen día tuvo que retirarse de los salones de baile a los que era fiel devota, al caer presa del matrimonio. Mi vieja, que era el azote de las pistas al compás de Pérez Prado, de Acerina y su danzonera y de Luisito Alcaraz, se fue a vivir con su respectivo -que por las cochinas ironías no gustaba del baile- a los rumbos de la colonia obrera, la “pobrera” pa' los cuates. Enclavada en el primer cuadro de la ciudad, la pobrera era una de esas colonias que los currutacos y petimetres porfirianos cedieron al leperaje, tapizada de vecindades de quinto patio, niños panzones y perros famélicos. En esta colonia, tan parecida al callejón del Cuajo de los Burrón, tan cantada por el buenazo del Chava Flores, el matrimonio y su creciente prole recorrieron varias moradas, que por no tener a mi vieja a un lado en este momento me veo imposibilitado de detallar. El chiste es que andaban del tingo al tango pues.

sábado, 27 de junio de 2009

en el reino de la infamia, Aristegui miente

En los comentarios del blog del Guerrillero, en un atinado post en el que su autor enarbola su hartazgo ante la situción política del país, un lector decía que las groserías en los post dan, según él, una idea pueril. Difiero totalmente al respecto, pues creo que el lenguaje construye la realidad, y si esa realidad es una chingadera, pues chingadera se le debe llamar.

Hace unos días, el lunes 22 de junio, Carmen Aristegui abrió su espacio radiofónico de MVS noticias al periodista Jenaro Villamil, para comentar el libro que este (articulista de cabecera de Proceso) acaba de lanzar al respecto del circo mediático que ha impulsado al siempre guapo gobernador del Estado de México, Enrique "golden boy las traigo muertas" Peña Nieto, para las presidenciales de 2012. Sobre el príncipe encantador, novio de la también encantadora gaviota, me ahorraré por el momento los comentarios, pues creo que todos coincidimos en que es un pobre pendejo, matón de poca monta. Mi molestia va sobre la respuesta de Televisa al respecto de tal entrevista.

Al día siguiente, los lectores de la prensa escrita a nivel nacional, se encontaron con el iracundo desplegado de Televisa en respuesta a lo dicho por Aristegui y Villamil. A plana completa, la televisora clamaba "Carmen Aristegui y Jenaro Villamil MIENTEN". El yo acuso del honorable consorcio televisivo arrancaba afirmando que "Grupo Televisa ha resistido paciente y tolerantemente los infundios que repetidamente se han divulgado sobre su desempeño" (las cursivas son mías; las mamadas son suyas), pero ante tanta injusticia, tanta malasangre que se ha vertido contra el honor de dicha empresa, "esta actitud no puede ni debe mantenerse". Punto por punto, la televisora, como el buen pastor, exhibía las cinco mentiras de ese par de gangsters del periodismo, y demostraba a su rebaño que su accionar ha estado siempre sustentado en la máxima de la verdad, la equidad y la imparcialidad. En tonos de la cruzada del bien contra las fuerzas malignas que amenazan a las conciencias inocentes, Televisa nos alertaba que periodistas como Aristegui y Villamil sólo se empeñaban en lapidar al justo.

En el reino de la infamia, ahora resulta que Aristegui y Villamil mienten (sí, parafraseando al señor López). !Cómo se atreve una empresa tan enlodada, tan repugnante como sólo lo pueden ser el SNTE, el PAN, la SCJN, el CEE y la otra televisora, a atacar a alguien como Carmen! ¿con qué cara nos vienen a hablar de la mentira? ¡Qué falta de respeto, que atropello a la razón! De Aristegui no hay nada que decir, pues los episodios que ha protagonizado hablan por sí mismos. Por mencionar tan sólo los más recientes: las llamadas del gober precioso y su cuate Kamel, destapar el fraude que se cocinaba con Hildebrando, dar cobertura a López Obrador, exhibir la mugre de la Ley Televisa, denunciar la pederastia en el clero mexicano, ser la única que denunció la violación y asesinato de Ernestina Ascencio a manos de las bestias del ejército, o la entrevista a De la Madrid. Pero no vale la pena siquiera mencionarlos puesto que lo último que alguien como Carmen necesita es que la defiendan.

Total, que sólo quería volcar un poco del coraje, decir por enésima vez que este pobre país estaría aún más jodido, mucho más, si no tuviéramos a Aristegui, y también por enésima vez gritar, aunque sea pueril, ¡Hijos de su chingada madre!

Para ver el mal chiste del desplegado:

http://www.elsemanario.com.mx/news/news_display.php?story_id=21850

Para ver la amplia y lúcida respuesta que dieron los alevosos Aristegui y Villamil:

http://www.noticiasmvs.com/ver_noticia.cfm?id=5394

jueves, 4 de junio de 2009

las cinco diferencias, o, "yeah baby"

Rotundo Maldita Sea mayusculado: trámites para una beca; resumen de la vieja y carcomida tesis de licenciatura para contender y perder un concursillo; finales de dos materias en la maestría; avance de tesis para el diez y capítulo para el dieciséis -del cual aún no existe ni una línea-; esas son las cosas que me joden al momento, claro, sin contar la visita no de siete, sino de veintidós casas en la búsqueda de un nuevo departamento -lo cual será materia de otro post, con más tiempo-. Pero entre esa maraña de cosas irrealizables que tendré que realizar, tenía que cumplir una deuda de antaño y zanjar un viejo debate.

Durante mucho tiempo, las posturas enfrentadas se han debatido entre que si en efecto es ella o no, si sería correcto privar al mundo de semejante hallazgo, entre que si en algún sitio existe un portal interdimensional que desemboca directamente en una acera londinense de los setentas y si ella lo encontró. Tras férreas rebatingas, he decidido que la respuesta es sí a todo, y aquí está el peso de la evidencia que no deja lugar a dudas:



Para darle sabor al asunto, no revelaré cual es el verdadero Austin Powers, y reto al lector. al muy ocioso lector, a que lo descubra.

Nota: si el Austin Powers de la izquierda tiene una de esas alocadas nenas de los setentas (obsérvese el cabello groovy) y el otro no, puede ser sólo un factor para despistar.

martes, 2 de junio de 2009

chinga, por eso quiero a mis amigos...

carnal! no mames! campeones!
vic, 10:16 pm
qué pues hippie vamos al ángel
nadis, 9:56 pm

ey ey no tendrías que estar haciendo una tesis? je je, la verdad
es que no ver a los pumas ganar es un pecado. abrazos!
kamarada, 9:54 pm

dale campeón, dale campeón!!!
chío, 9:54 pm

goooya universidad. nos fastidiamos al equipo de los pinos,
no todo está perdido mientras exista el orgullo azul y oro
chelita, 9:53 pm

me tendré que adelantar. felicidades hermano, qué más regalo quieres. abrazos
chompa, 9:47 pm



miércoles, 27 de mayo de 2009

lecciones del futbol de abajo

¿Qué se puede hacer en un minuto?
En un minuto, con el espíritu beisbolero de que “esto no se acaba hasta que se acaba”, los 13 del puebla (11 en el campo, el chelís y la sufriente fanaticada) vieron como se ahogaba todo el esfuerzo de una temporada que bien podría calificarse de gloriosa. En sesenta segundos se fundió la aventura de esta temporada, el anhelo y la esperanza que, más que de una ciudad, fue de todos los aficionados al futbol en México.
Minuto 89 y Verón, llegando por el costado en un descuido de la defensa poblana, metía un testarazo que dejaba sembrado a Villalpando en la desolación del arco profanado. A un minuto del final los Pumas resolvían un partido en el que se vieron ampliamente superados, línea por línea, por la franja, y con ello se colgaban al cuello un triunfo que no deja de tener un gusto amargo.
Verón, precisamente quien en el partido de ida contra los tecos en los cuartos de final casi le cuesta la eliminatoria a los de azul y oro, cuando en un lapsus de locura regaló un penal de un modo infame, y que en algunos minutos más tarde se haría expulsar. Ese mismo Verón, hoy se viste de gloria al encontrarse una pelota en el área chica. La dialéctica del juego.
De cierta manera quería escribir para rendir homenaje al Puebla, ese equipo que, temporada tras temporada, era el hazmerreír del torneo mexicano y una vergüenza para los poblanos, como el Gober, como la mochería decimonónica, como Gustavo Díaz Ordaz. Ese Puebla, que tras conquistar el campeonato en la temporada del ‘91, se vio sumido en la más terrible mediocridad, sin espíritu, sin mística, y con una directiva vulgar, enana, corrupta y rapaz -¿coincidencia o fiel reflejo de la clase política local?-, que logró permanecer en la primera división gracias a la trapacería de comprar al equipo que ascendía de la primera a, que trata a los jugadores como obreros a quienes paga casi a destajo y a destiempo –¿coincidencia o reflejo de las condiciones laborales que imperan en la Volkswagen y en las maquiladoras?-. A ese Puebla y su afición siempre mártir, siempre plañidera y resignada a vivir la humillación, es un equipo al que hoy se ve con total respeto.
Con un trabajo de zapa, desde abajo, un técnico que nunca pisó una cancha, logró conjuntar una onceava de individuos sin el gran nombre, sin cartel, o con alguno que otro que había figurado y después había venido a menos como Davino –quien por cierto jugó como un grande-. Chelís logró crearles una identidad y sacarles el orgullo por una camiseta, logró llevarlos a encontrar un futbol imaginativo, libre pero a la vez ordenado y bien ensamblado en el funcionamiento colectivo, que se atrevió a retar a los equipos de las grandes nóminas y jugarles de tú a tú, esos que hasta hace poco visitaban el Cuahutemoc para ganar por trámite. La franja, de la mano de un Chelís que anunció su salida del club por estar hasta la madre de la directiva, aprendió a jugar con dignidad y decoro.
El Puebla se plantó en la cancha universitaria para disputar la vuelta de la semifinal, sin su goleador Acosta y con la pesada lapa de tener que ganar por dos de ventaja. CU era una fiesta, el recinto al que acudían los feligreses para oficiar una misa de sacrificio. Pero ante el asombro de un estadio enmudecido, la franja se presentó para ganar, y durante casi 60 minutos estuvo calificado a la final del futbol mexicano. A tres minutos del pitazo último, los Pumas conquistaron su pase para luchar por su sexto título; con el gol de Verón, brinqué y grité como todos los de sangre azul, pero de inmediato reconocí que esa era un victoria pírrica, y más aún, injusta, espuria. Los que jugaron con corazón, los del futbol, fueron los del Puebla, pero la tabla de posiciones les jugó sucio. Al término del juego corrí a escribir estas líneas, a modo de disculpa y de reconocimiento para la franja, pues así como una victoria no se obtiene, sino se conquista, así el finalista es Pumas, pero quien conquistó ese partido fue el Puebla.
El domingo, unos Indios a los que todos veían como el chivo expiatorio del poderoso Pachuca, que necesitaba ganar por tres tantos de ventaja, dio una lección de entrega y orgullo. De nuevo el favorito terminaba ganando a menos de cinco minutos del final. De nuevo esa sensación de que, si en el futbol hubiese justicia, tal vez el finalista sería otro.
Al final la nómina se impuso sobre el espíritu, y los Indios y la franja terminan con su osadía de jugar de igual a igual. Pero ambos han dejado una lección de lo que es ganar la dignidad en la cancha, y eso vale más que cualquier título. Tal vez será una gran final -cosa que dudo por el pobre futbol que han mostrado los Pumas-; tal vez el campeón gane con un gran partido, pero de lo que estoy seguro es que sea una final brillante o mediocre, en un tiempo lo olvidaré. Lo que recordaré por mucho tiempo será que tuve la fortuna de ver jugar a los Indios y al Puebla, y que me hicieron pensar que cualquier cosa era posible.

viernes, 22 de mayo de 2009

de chocolates y viejos barbones o de como Dios era porteño

De paseo por los blogs de los carnales, me encuentro con voces familiares que, desde escenarios diversos, van hilando tramas -y traumas- comunes. Alguien habla de historias que eran, de cuentos que tocan el colorín colorado, de la amistad y de amistades que están, se quedan o se van. Cuentan del destino, de borges y monty phyton, de los epílogos, del resplandor de las luciérnagas, de hurones, de viajes nuevos y viejos, de cariños que se mueven como botes a la deriva en aguas extrañas. Pero sobre todo, parece que los camaradas se han puesto de acuerdo en dejar sus tesis a un lado por un rato y platicar sobre el destino.
Cuando he pensado en ello, en las incontables ocasiones en que he cometido crasos errores y en las que me han tocado golpes de suerte -mucho menos numerosas-, siempre me he limitado a tres ideas que para mí definen bien lo que es el destino.
Seguro lo oí hace mucho, hace tanto que obviamente no recuerdo ni cuando ni de quien, pero sorprendentemente, fue algo que quedó prendido a mi memoria: "Misteriosos son los caminos del señor", del señor que pasa la vida en bata y huaraches y con su larga barba blanca y que no es howard hughes en sus últimos años. La idea me gustó porque nos mostraba que lo que nosotros tomamos como azar, una fuerza superior lo toma como chamba o como hobbie o ambas dos, pero a fin de cuentas se toma el trabajo de decidir por nosotros. Años más tarde, cuando por fin logré ver Forrest Gump completa, que fue años más tarde después que se estrenó, Tom Hanks y Spilbergo me enseñaron que "Life is like a box of chocolates. You never know, what you'll get". Entonces nos quitamos de la bronca de tener que planear la vida, y además de dilucidar si en efecto el señor de la bata y la barba existe y se toma la tediosa chamba; sólo nos relajamos y probamos un montón de chocolates hasta que una indigestión nos mate.
Hace poco, en una mesita de café, Borges me dio al traste con la fiesta -siempre aparece Borges y siempre es el aguafiestas-:"Destino (tal es el nombre que aplicamos a la infinita operación incesante de millares de causas entreveradas)" y aunque, como sabio que era, no se mete en la bronca de buscar a quien pasarle la factura de esas causas, sí le quita al destino ese ingrediente de azar, de accidente, que tanto se parece a la esperanza. De inmediato, cerré la Historia universal de la infamia, pague el café y empecé a caminar, abrumado por el peso de la cuestión. Si el destino eran causas, y si las causas se debían tal vez a un viejo barbón, tal vez el viejo barbón tenía la responsabilidad de todo, tal vez todo se debía a su problema con los chocolates. Al final llegué a la conclusión de siempre, que Borges era Dios, pero eso ya lo sabía y no me resolvía nada.
Así que leyendo a los amigos pensé que bendita vaina en la que lo meten a uno, que ni la debe ni la teme, y que eso me sacaba por no estar haciendo la tesis como Dios y Conacyt mandan. Pensé en Samuel viendo luciérnagas, en Gaby atrapada en el aeropuerto de Lima, en Ilse enpalinurada, en el Pollo y una banda de chavitos felices después de echar la cáscara, en Are y Karla hablando de encuentros y desencuentros. Pensé que Dios era un Borges con bata blanca y una barba poca madre, pero este sí era chévere, que se atiborraba de chocolates (y seguro también trufas Karlita, no te preocupes), que era benévolo con nosotros porque sabía que todo el tiempo nos equivocamos y que nos ponía a cada uno donde debíamos estar. Pensé que gracias a los chocolates que me había puesto en la mesa, había conocido a tantas personas sin las que mi vida sería bastante insulsa.
Claro, también pensé que me desquitaría de mis amigos por haberme hecho pensar en el destino, y que lo haría robándoles el tiempo con este insensato post.
NOTA: parece que el mundo se inclina por la idea de los chocolates, pues en google, la frase de Hanks tiene ni más ni menos que 182,000,000 de entradas. in-cre-í-ble. La frase de... ¿de quien diablos será? de los caminos del señor acumula la más modesta cantidad de 316,000, mientras que la de Borges aparece en aproximadamente 23,900 sitios. Sin lugar a dudas, Spilbergo y Hanks son los dioses de nuestra triste época.


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miércoles, 29 de abril de 2009

creer o no creer, he ahí el bicho

Esto de la enfemedad pone en evidencia una amplia gama de cosas que privan en nuestra cultura, entre ellas, el juego de la aldea global.
La epidemia nos echa en cara una de las grandes paradojas de la posmodernidad: la información disponible es abrumadora, inabarcable, pero cada vez sabemos menos. Los sesudos especialistas, los informadores y el aparato de Estado no dejan de hablar del tema, pero no dicen nada. Sabemos cuantos casos van en España, Estados Unidos o Canadá, pero no sabemos con certeza que diablos pasa en nuestra ciudad
La opinión pública naufraga en un océano de cifras (al momento, según un secretario de salud al que no se le entiende nada, son 2500 los enfermos y 150 caídos) y en un mar de opiniones, encontradas, ambiguas y a menudo contradictorias. Ante esto, una de las reacciones naturales es el escepticismo: por qué habría de creer en lo que dicen autoridades que no tienen ni migajas de credibilidad ni autoridad moral. Las actitudes ante la epidemia revelan el triste grado de descomposición que priva en nuestra clase política.
En el chat y desde Puebla, María ni siquiera me pregunta cómo estoy, y cuando le pregunto si está tomando precauciones, responde burlonamente que el cubrebocas es para los idiotas que se creen el cuento de la epidemia. Para ella, la epidemia es un artilugio para distraer la atención del peso de la crisis. En la calle, uno se encuentra a muchísima banda que el tapabocas se lo pasa por el arco más chaparro. En un micro lleno, digamos que el 70 % de los tripulantes portaba tapabocas, pero de ellos, más de la mitad lo traía al cuello o en la frente. Para mí, esto habla de la fuerte dosis de incredulidad que inocula a mucha de la chilanga banda.
Como respuesta a la ineficiencia habitual de los servidores y funcionarios públicos, al total descrédito de los medios de comunicación, y a los vicios de la información por toneladas, surge el rumor: Virgilio, mi vecino, me cuenta francamente asustado, que esto de la epidemia es más serio que lo que las cifras y los medios cuentan, pues una conocida que trabaja en una clínica del seguro jura y perjura que tan sólo ahí van 150 defunciones. Una historia similar me cuenta el chompa para el caso de la poblanía. Al respecto cito la editorial de hoy de La Jornada: "La falta de transparencia en la infromación oficial constituye, en la actual circunstancia, un factor de riesgo adicional para la salud pública".
El rumor, hijo bastardo de la desconfianza y hermano del miedo, también es un bicho que se transmite de boca en boca, pero es más poderoso que la propia enfermedad.

martes, 28 de abril de 2009

post en cautiverio (¡joder!)

Cuando el viernes pasado Cude me despertó con la noticia de que se habían suspendido en el Distrito Federal las clases a todos los niveles, pensé carajo, por fin el panismo logró robarnos la educación pública. Días después, el domingo por la mañana, al leer que se suspendían los oficios religiosos, de inmediato me vino un nombre a la cabeza: ¡Plutarco Elías Calles está detrás de todo esto! ¡A las armas! ¡Viva Cristo Rey! ¡Recuperaremos Tierra Santa de las garras del turco impío! Y ya planeaba como organizar mis gavillas en los altos del Ajusco cuando recordé que detesto a los cristeros. El caso es que esto de la epidemia y el confinamiento lo trastoca todo.


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Imagen del hombre sólo a cuatro días de vivir bajo emergencia epidémica: sin el consuelo de por lo menos olisquear la calle, aún cuando vagando se sintiera con frecuencia víctima del síndrome vulgarmente conocido como de B. Willis, el hombre solo ha quedado confinado a su apartamento, convirtiéndose en un anacoreta. El miedo, no el que le producen las series de los ochentas, sino el del contagio, lo ha reducido a un tipo de barba rala y cabello revuelto, con cajas de klenex en los pies y una cumbancha de treinta centímetros en la que piensa escapar. “Sí se acaba el mundo me voy pa’ Mérida”. Sabiduría popular.



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¿Recuerda el lector esa escena de El Abogado del diablo en la que Keanu Reves sale a la calle y la encuentra jodidamente desierta, sin persona, perro callejero o automóvil que perturbe la total inmovilidad del paisaje? De algún modo, las fotos de los diarios dan esa impresión. La sensación de vacío es tal vez lo más extraño de la epidemia. Reforma vacía, plazas comerciales desiertas, cines cerrados, la ciudad es un pueblo fantasma. Parece ser que, de repente, alguien encendió la luz y todos corrimos a escondernos en nuestras madrigueras.
¿Será la fuerza de las recomendaciones médicas que dictan aislamiento en la mayor medida posible? ¿Será que la ciudadanía está actuando responsablemente? ¿O será acaso el miedo al contagio? La palabra más repetida en los medios de comunicación es influenza, pero el verdadero nombre de esta epidemia es miedo: comenzamos a vivir con miedo a salir sin tapabocas, a tocar la mesa de un café o el pasamanos del metro, a tocarnos los ojos o sacarnos un moco, pero sobre todo tememos al otro, al pobre tipo alérgico al polvo que ha pasado a nuestro lado y no ha podido ahogar el estornudo, lo que lo delata como un peligro potencial. Recomendación médica: guardar 1.80 m de distancia entre transeúntes o, si es posible, viajar en una esfera de hámster gigante.

El miedo es el verdadero bicho que viaja veloz en el viento a todos los confines. En los foros de El Universal, un azorado acapulqueño se queja de las hordas de chilangos que, matando dos pájaros de un tiro, escapan de la ratonera y se toman su semana santa desfasada. “No vengan, por favor. No traigan la enfermedad”. Si de por sí esa rara avis conocida como chilango es, generalmente, persona non grata más allá de Tlalnepantla, no creo que esto contribuya mucho a ganar simpatías.


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En 1892 entró en vigor el Reglamento del Consejo Superior de Salubridad, primer documento de esa índole promulgado en el México independiente. Entre otras cosas, el reglamento dotaba a los inspectores sanitarios y médicos higienistas con la facultad de entrar a cualquier morada donde pudiese estar algún enfermo, esto como una medida necesaria para combatir las numerosas y frecuentes epidemias que barrían la ciudad periódicamente, entre ellas de tifo, tuberculosis, cólera e influenza. Como era de esperarse en una sociedad marcada a fuego por un profundo clasismo, los hogares más perseguidos no eran los de la Condesa o la Roma, sino los caseríos miserables donde los pobres rumiaban su desgracia. Afortunadamente, ahora que el Lic. Calderón (al que algunos resentidos sociales denominan espurio y pelele y también culero) aprueba la misma medida, las condiciones sociales que había en el porfiriato han cambiado totalmente, ¿o no?


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Por una vez en la vida, los historiadores de archivo nos sentimos personas normales: la moda primavera verano es el cubrebocas, lo que nos hace unos visionarios del glamour. Hay diversos modelitos: el modelo cuatrero o el estilo robabancos; el mío cuenta con un distorsionador de voz integrado, que me hace sentir Darth Vader: “Lucke, I´m your father”.

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La pregunta del día la escucho con López Dóriga: ¿mi perrito me puede contagiar de influenza?


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La buena: se conoce el código de la cepa de la llamada influenza porcina o influenza chilanga, lo que permitirá desarrollar una vacuna para el otoño, cuando venga la segunda oleada de la epidemia. La mala: la vacuna se desarrollará en los laboratorios del primer mundo, distribuyéndose, como es lógico, entre la población de aquellas naciones. El consuelo: los y las grandes hombres y mujeres de nuestras élites podrán pagar por ella, los demás a lavarnos las manos (los afortunados que tengan agua).


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Epidemia, temblor de 5.8 grados... ¡O señor, detén tu ira, yo no voté por el pan!


...sólo me faltaba ya tener un aborto


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Por si las desgracias fueran pocas, otro golpe al alma nacional:
Redacción El Universal Ciudad de México Martes 28 de abril de 2009 00:32 El conductor y cantante Luis Armando, también conocido como Paolo Botti, presenta desde el pasado viernes síntomas relacionados con la
influenza, por lo que acudió este lunes a realizarse algunos estudios. Daniel Bisogno, conductor de Ventaneando, dijo que había un 80% de posibilidades de que Botti estuviera contagiado, pero aún no se sabe si de influenza estacional o porcina.

lunes, 20 de abril de 2009

divertimentos de un hombre solo


Mi compañera no marxista se me ha marchado tres semanas a San Cristobal de las Casas. Ergo, hombre solo, con red, hace lo que un hombre debe hacer: perder el tiempo. Pero en lugar de buscar conejitas o repasar los goles de la jornada, tal como corresponde a un caballero, recuerdo de pronto que deseaba buscar un video desde hace mucho: la cortinilla de la dimensión desconocida.

Un tipo en mi situación, hombre casi maduro, adulto contemporáneo, chavoñor en una palabra, no se dejaría sorprender por un corto de escasos 50 segundos, no vería derrumbarse su hombría y valor por los suelos, tan sólo por ver una serie de imágenes que recordaba con viva impresión desde niño. Entonces era sólo un bobete impresionable... es ridículo dejarse asustar por algo así... los años me han hecho superarlo... todo eso me repetía mientras buscaba el mentado corto, creo que deseando no encontrarlo. Doy con él.


Me paralizo.

El miedo me envuelve pero no puedo dejar de mirar esa secuencia que rescata en mi memoria un terror que creía olvidado. De golpe recupero la fascinación que me provocaba esa tonada; recuerdo el esfuerzo sobrehumano que hacía cada vez que iniciaba el programa por no cerrar los ojos, por no fingir una distracción. Me veo ovillado en el sillón, lanzando una mirada nerviosa a mis espaldas y suplicando que sólo inicie el maldito programa. Aún ahora no logro distinguir qué es lo que me da más terror, si es esa ventana que se cierra violentamente, o la muñeca sin ojos, o acaso el diablo que sube tras de ella... o el inconfundible turi ruru turi ruru...
Maldigo la hora en que tenté a la suerte y al youtube, pero de algún modo quedo satisfecho, porque aunque sé que sigo siendo el mismo bobete impresionable, que los viejos temores de la infancia, insondables en su magnitud, permancen para siempre, creo que es la primera vez que logro ver la cortinilla completa.

jueves, 9 de abril de 2009

el síndrome Bruce Willis

Cabezas más, cabezas menos, en esta ciudad diariamente chocan, se insultan, se sonríen, se funden en el metro, se ven las espaldas en la cola de las tortillas y las nucas en los micros, cerca de 25 o 27 millones de personas, y cuando uno sale a la calle parece que es sólo en el mundo. Claro, nada hay de particular en eso pues todos los centros urbanos, cuando dejan de ser veinte casas apostadas a la vera de una calle larga, son presa de la misma maldición. ¿Maldición? bueno, a ratos también es privilegio, cuando escapas a la comidilla local. El caso es que hoy, al patear calles y calles, me he sentido como si fuera Bruce Willis en sexto sentido, pero sin el chavito freak que me interpele. Me he sentido perdido, como un quinto en día de permiso y errante como un taxi por el desierto, diría Joaquinito, que de esto y de todo lo demás sabe tanto.
Pero el asunto no reside en la ciudad en sí, ni en la gente que deambula en ella; el asunto está en uno mismo. El síndrome Bruce Willis está, según han arrojado las investigaciones en genética, inserto en el par 2312 del adn y por ello nadie está exento. Es un bicho que aparece en nosotros antes que el instinto, antes que las manías, aunque lo vengamos a descubrir más tarde. Lo empezamos a notar cuando, siendo unos chamacos caguengues, nadie nos escoje para el equipo de fut, cuando en la secundaria la niña a la que no te cansas de mirar ni se entera que existes, cuando en las reuniones familiares no tienes tema con ninguno, y se viene a acentuar cuando, un día cualquiera, sales a patear calles sin ton ni son, por más que disimules contar con un plan y un horario.
El síndrome B.W. está libre de categorizaciones, ni bueno ni malo, simplemente es y está en nosotros mismos y son las circunstancias las que lo pintan de un modo u otro. Perdidos en la madrugada o sentados en un corro merendando besos y porros, el síndrome está ahí. Por eso, de alguna manera y en más de un sentido, nunca dejamos de estar un poco solos.

sábado, 4 de abril de 2009

un bobo al sol y un amor que nunca fue

Pasó el jueves, con Galeano en la sala Nezahualcoyotl, pasó el viernes, con firma de libracos en Siglo xxi, y al final los números son rojos.
¿Cuantas veces no ha sucedido, que al conocer a un escritor que se admira, uno se queda con un palmo de narices y el cariño por los suelos? Es triste pero casi siempre sucede. Claro, el error inicial reside en idealizar a un tipo que uno ni conoce, pues el acto de leer es engañoso y nos hace sentir que hemos hablado con él o ella infinidad de veces. De ahí se desprende el sigiente mal entendido, el de pensar que la obra es el escritor o el escritor es la obra, cuando no hay hada más lejos de la realidad. Finalmente, el lector, con cándida ingenuidad si se quiere, puede llegar a suponer que en la relación de gratitudes la cosa anda rondando el 50 y 50 por ciento, pues como en cualquier relación sentimental, el asunto de la lectura es cosa de dos, y tanto peca el que lee la obra como el que la escribe; eso puede suponer el lector y le puede costar caro al momento de conocer a su otra mitad.
Galeano pisó Bellas Artes, en un homenaje que le era debido. Al otro día la cita fue en la unam, con gente formada tres horas antes, con filas que lucían interminables y con compas que no estuvieron dentro de los tres mil afortunados que le entran a la Nezahualcoyotl y se quedaron suspirando en la lomita. En medio de consignas y exigencias de libertad para los presos políticos de Atenco, la banda universitaria recibió al uruguayo aquel, entregada, emocionada, con ovación de pie y toda la cosa, mientras que el caballero, educado, sí, comprometido, también, jamás dio un gracias, ni dijo si le valía algo semejante recibimiento, ni estar en la unam, como si lo mismo le hubiese dado estar en la ibero o en el tec.
En fin, hasta ahí uno dice vale, se le pasa por ser Galeano. Al día siguiente la firma empezaba a las cuatro, por lo que la gente comenzó a apersonarse afuera de la librería desde antes de las doce. Llegué a la una, sin desayunar pero con mucha expectativa. Con la ficha número veinte en mano, aguanté con el resto de la banda más de tres horas bajo un sol que golpeaba con odio, pero que bien valía la pena bancarse por conocer a alguien tan querido. Cerca de las cuatro, cuando habían repartido las fichas, llegaron Karla y el Pollo, y tras ellos apareció, enfundado en una playerita de tirantes estilo Mr. T, Galeano, en el interior, el acogedor interior de la librería, mientas el vulgo nos derretíamos afuera.
Lo siguiente que recuerdo es que estoy parado en la acera, con el "Dias y noches" estampado con un garabato ilegible. Todo pasó demasiado rápido: entrar, Galeano que pregunta -con un gesto de "ni creas que firmo todos porque mi tiempo vale oro"- cuál quiero que firme pues sólo será uno; "éste, que es el primero que le leí y el que más ha significado", un generoso "a daniel" y firma indescifrable, abrazo de trámite y el que sigue. Ni un gracias por venir ni nada, y de nuevo al sol.
Una firma, como si fuese la cuenta del restaurante y no un libro, un trato como si fuera el mesero y no un lector con tres horas de bronceado, un gesto con el afecto de quien cumple con las tediosas obligaciones que le impone su editorial y un tipo encarnando el ridículo afuera de la librería, con su playera del uruguay y sus libros bajo el brazo y su cara de bobo. Un tipo que cae en la cuenta de que esto de las relaciones amorosas simpre termina mal cuando sólo es uno el que quiere.

Epílogo

Sin duda, lo mejor del día fue el gesto que tuvieron el Pollo y Karla, que a modo de consuelo me regalaron el "Futbol a sol y sombra" que justo acababan de comprar, ese sí, con dedicatoria. Por ese sí valió la pena la espera. A ambos, gracias muchachos.

lunes, 30 de marzo de 2009

días y noches y años de leer un libro


i

La primera vez que leí a Galeano, para qué mentir, era lo que se dice un pelotudo. Lo sigo siendo, claro, pero en aquel entonces era uno que apenas, a palos de ciego, descubría lo que le gustaba leer. Entre el boom y Rulfo, entre Zola y Poe, deambulaba feliz con "La ley de Herodes" de Ibarguengoitia, con las memorias de Neruda y "Morirás lejos" de Pacheco. Como todo estudiante paria, tenía el bonito pasatiempo de caminar por los exiguos y lamentables anaqueles de la biblioteca, pasando lista de todos esos nombres desconocidos en los lomos. En una de esas rondas di de bruces con un título demasiado fuerte para un libro tan pequeño, casi escondido entre Ernesto Cardenal y Roque Dalton. Algo, no sé que, me hizo tomarlo y sentarme en las escaleras de la biblioteca para expurgarlo. Eran los "Días y noches de amor y de guerra" de un tal Galeano.


ii

Me levanté cuando el dolor en las nalgas me hizo caer en la cuenta del tiempo que había estado ahí, encogido, con la historia del bisabuelo de Edda Armas, aquel viejo ciego que, con sus piernas de pajarito, echaba a volar por los caminos al menor descuido. Costó trabajo, mis piernas estaban entumidas por el tiempo, por el miedo, por el coraje y el asco, por la picana, por la angustia de lo que habrá sido de aquellos arrancados de sus casas. En los techos de aquella sala escuché el motor de los aviones de un tal Castillo Armas que habían cocido a bombardeos a Guatemala, y al alzar la vista vi a otros estudiantes, ni pelotudos, ni cobardes, ni estúpidos como lo era -lo soy- yo, aguantar las noches heladas en los altos de la selva.


iii

He olvidado más lecturas de las que he leído, pero esa me la recuerdo bien. Recuerdo una lista de hijos de puta que poco a poco he ido conociendo, dictatorcillos vulgares de la peor calaña; recuerdo la tarde que tuve que salir a respirar, bajo un sol flojo y demasiado bello que me hacía dudar que lo que estaba leyendo hubiese podido ser. Recuerdo que entre todas las sensaciones que el libro me produjo, a cada página crecía no sólo la admiración por ese tal Galeano, aparecido entre Cardenal y Dalton, sino algo que podría llamar cariño. Desde aquella primera cita con el uruguayo aquel, comprendí que en libros hay grandes autores, clásicos y enormes, hay buenos y malos, pero hay otros que sin más epítetos un quiere para toda la vida.

sábado, 28 de marzo de 2009

los phillies de santo domingo

Los Phillies. ¿Quién pudo pensar en un nombre tan bizarro para un equipo de beisbol? ¿A alguien pudiera importarle? Seguro que no; después de todo, a pesar de haberse llevado la última serie mundial, es un equipo de escaso brillo, que en su larga historia –la franquicia nace en 1883- ha contado más descalabros que días de esplendor. No se trata de los pedantes Bravos de Atlanta, ese equipo que detesto desde aquellos años en que, a base de un buen pitcheo, barría con cualquiera en los noventas y que, como siempre sucede con estos equipos asquerosamente ganadores, se granjeó en nuestro país una fanaticada numerosa pero chambona. Tampoco son los Dodgers, que gracias a las glorias de Fernando Valenzuela, el gran Toro de Etchohuaquila –acaso el primer deportista mexicano en conquistar el tan mentado american dream-, sedujeron a una increíble cantidad de adeptos en los ochentas. No. Se trata de una franquicia con más pena que gloria, y por eso entrañable.
Pero, ¿el nombrecito? Lo más probable es que al Don de los periódicos la cuestión no le quitara el sueño. Posiblemente ni fuera fan y ni siquiera le gustara el beisbol. Él sólo se calzaba día tras día su misma vieja gorra, con la “P” al centro y de un rojo castigado por el sol y la lluvia, y con ella se le veía, cada mañana, aparecer por la esquina de mi cuadra.
Bigote lacio, barriga tan discreta como la estatura y en la cara esa expresión de buen tipo, la que me dio la confianza suficiente para acercarme a su puesto de revistas y husmear en las ocho columnas de los diarios, fingir interés por la primera plana del Excélsior tan sólo para lanzar una mirada a la señorita en bikini de la portada del Tv Notas o regodearme con el íntimo placer de ver en el Record que el tri había perdido una vez más contra la selección de algún país de no más de diez millones de habitantes. Cada mañana, con la devoción del feligrés, me solazaba en el bello deporte de leer los titulares para enterarme del nuevo ridículo político, narcoejecución espeluznante o escándalo farandulesco, todo en dos minutos, mientras esperaba el micro en esa esquina, sin que fuera raro que se me pasara una o hasta dos, que diablos, de por sí llegaría tarde.
De la nada vino e instaló su enclenque puesto, y con él llenó un terrible vacío, pues no existe otro en muchas cuadras a la redonda. El Don y su mujer, quien a ratos y los domingos le echaba la mano con la chamba, descubrieron que esa era tierra virgen para el evangelio noticioso y ahí decidieron probar suerte. Su expendio era modesto en sumo grado, pero lo escaso del repertorio lo cubrían con lo atinado de la selección: estaban los de cajón, El Universal, el Reforma e incluso el hediondo Crónica, pero también La Jornada, que a menudo se agotaba. Podrían sacar a Cristo de la iglesia antes de que faltara el Record, con sus grandes letras rojas y amarillas y la foto del futbolista que en aquella semana había probado la gloria efímera de siete días. Revistas de manualidades, el TvNotas y el TvyNovelas; Maribel Guardia en la portada de la H y Niurka en la del Órale! Pero el Don era ecléctico, pues junto a la revista de tatuajes estaba el proceso, y entre la National Geographic y la México desconocido encontraba acomodo un pasquín darketo. Lo que distinguía al expendio de los miles de puestos del defe era el paquete de grasas de calzado El Oso que pendía melancólico de un mecate, al alcance de cualquier mortal con cincuenta pesos.
Nuestra amistad comenzó con los temas que cimentan nuestra identidad nacional: echar madres de los políticos y discutir la alineación de la selección. El cariño se lo tomé la mañana en que me enfilaba a una de las asambleas de Obrador en el Zócalo y él, apesadumbrado, me dijo que se iría conmigo si tuviera a quien encomendarle el changarro. De ahí el Don me recibía por la mañana poniéndome al tanto de los desfiguros políticos, comentaba lo duro y lo tupido que estaban los madrazos por la vida diaria y, sobre todo, me hacía partícipe del dolor que le causaba la agonía del futbol nacional.
Maestro albañil de oficio y cruzazulino de corazón, el Don era un feroz lector de la prensa deportiva, pero igual mataba el tiempo con el Reforma o con el Proceso, y más de una vez le caí con una revista de Historia entre manos. Entre nosotros había confianza, más aún, había complicidad, esa especie de lazo comunitario que es raro encontrar en medio del ajetreo y la indiferencia que abruman al monstruo de la gran ciudad. Una mañana jodida el Don no apareció más; la esquina retomó su grisura habitual y el mundo se me volvió de golpe un poco más pequeño. Aún queda ahí, anclado junto al poste, el armazón del puesto, como los restos del naufragio que nos recuerdan, acusadores, como dejamos morir la oportunidad de ser mejores. El Don jugó las nueve entradas, soportó lo que pudo y al final sumó una derrota más. Lo dejamos perder, como al pitcher que se sume en la desolación del montículo, y seguro hoy los Phillies habrán caído de nuevo.

lunes, 23 de marzo de 2009

un lobo en la puerta 2 del foro sol (Radiohead en México. marzo 15/09, primer concierto))


Para Areli e Ilse

Miro el fuego que se encierra en el hueco de mi mano y por un instante todo es de un rojo deslumbrante, un rojo que prende en la punta del cigarro. Aspiro y con el humo entran en mí los primeros acordes. Levanto la vista y ahí están esas miles de almas gritando a todo pulmón. Todo comienza.
Al fin estamos ahí, una Karla que llega corriendo, una Areli que desfallece de la emoción e Ilse, mi hermana, presa del mismo sentimiento que las arrasa y las fulmina. La adrenalina es muy fuerte, mucho más que la de otros conciertos; eso es presenciar a una banda de culto. Contra los pronósticos y las esperanzas de muchos de nosotros, no es 2+2=5 la que abre, sino 15 step, del In Rainbows, y desde las armonías de arranque comprendo por qué estos cinco tipos revolucionaron el progresivo. –Los de reidiojed son putos-, dije en varias ocasiones durante el día y los días anteriores también, más que como una provocación a la ira colectiva como una medida desesperada por atajar un poco la euforia de Areli, quien se arreglaba como si fuera al evento de su vida, y de disimular mi propio nerviosismo. –Sólo es una gran banda- pensaba mientras salíamos de la casa alrededor de las 5 de la tarde y nos enfilábamos al Foro sol. C. U., Eugenia, División, transborde en Centro Médico. En los rostros del vagón se reproduce el mismo nerviosismo, la mirada furtiva de complicidad, “este güey también va” y los gestos como un lenguaje cifrado que sólo comparten los iniciados de un ritual, de la comunión entre una gran banda de rock y sus feligreses.
Cerca de las seis. Encontramos a Juanin, el de las rastas vaciladoras, montando guardia fuera de la casita de campaña que ha compartido con dos camaradas a la espera del concierto del lunes. Le damos el abrazo solidario a su espera, las palabras de aliento, y nos acercamos a la puerta.
Siete. Nos separamos de Adela y Ángel, quienes entran por otro acceso, y me quedo con la mirada de ambos, llena de esa angustia preconcierto, como niños en cinco de enero, que seguro es muy similar a la que tengo. Tras hacernos de la playerita del recuerdo como buenos fetichistas, decidimos esperar la hora que falta en nuestros lugares. Acceso 2, sección NA-7, fila 2; Areli e Ilse burlan la complaciente seguridad y entran felices con su respectiva grabadora en mano. Al subir las escaleras descubrimos una multitud debajo de nosotros, a ras de cancha, que espera ansiosa.
Siete treinta. Le pido tres cervezas a un individuo de casaca amarilla, lo que me granjea el “uy, que espléndido” de mi carnala. Son doscientos diez, por favor, me dice el caballero, y con el corazón afligido y a punto del soponcio por el shock, me veo obligado a devolver una. ¡Puta!
Siete cincuenta. Me encuentro a dos amigas, Ale y Brenda rocker. Les deseo el mejor concierto de sus vidas. Regreso a mi asiento en el momento en que las luces se apagan y entre la banda prende la primera ráfaga de histeria vocalizada. Kraftwerk, la banda abridora, se arranca con la primera rola. Machine, machine, machine, machine...
Ocho treinta. Llega Karla con la lengua colgante y la respiración cortada. Mata la incertidumbre: claro que trae orgullosa su arquetípica blusa rayada de todos los conciertos. “órale, que chido con la música electrónica. Ahora sí podré hacer mi famoso paso de robot”; como siempre, Karla.
Nueve cuarenta y cinco. Hace cuarenta que Kraftwerk terminó. Buen número el de los cuatro alemanes mitad hombre mitad robot. Los técnicos se llevan casi una hora en montar el escenario, Areli ha ido cada diez minutos al baño por los nervios. Todos fumamos masticando la colilla, pues sabemos que en cualquier momento…
Se apagan las luces y se hace la música. Sin saludo de por medio, sin “buenas noches mexicou”, la banda más importante de las últimas décadas comienza a tocar. El Foro se convierte en el escenario de una ceremonia que no olvidaremos jamás. Todo un mundo fascinante de armonías se despliega ante nuestros oídos. Las cuatro horas de fila por un boleto, los meses de espera, la noche de semivigilia que pasó Areli un día antes por la emoción, todo, absolutamente todo, ha valido la pena, pues al fin estamos ahí, atónitos, casi en trance, y entre rola y rola adquiero conciencia de que estoy en un concierto que hará historia; imagino que así se habrán sentido quienes vieron a Queen en aquel concierto legendario de Puebla y es Are quien me saca de la ensoñación cuando se prende a mi cuello con tal fuerza que me hace daño. Sus uñas se clavan en mi brazo, las piernas se le vuelven de papel. Ilse me mira con ojos desorbitados y contiene el llanto, mientras yo me limito a admirar con reverencia a los tales reidiojed. La luna brilla tenue con un amarillo ocre por encima del escenario; en un momento desaparece y poco a poco, despacio, resurge, con un fenómeno que no atinamos a explicar. Internamente pienso que la luna, como Areli y como mi hermana, es otra gran fan que no puede contener su emoción.