martes, 30 de junio de 2009

la multitud errante II/II

Por respeto al respetable, me salto hasta mi intromisión en la genealogía familiar. Por azares del destino me tocó llegar en una temporada de vacas no tan flacas, y con mis tres kilos doscientos llegué a vivir a un departamento en la Narvarte, con mi madre, mis tres tíos y la vieja Nata. El abuelo ya había bailado las calmadas para entonces, cuando se fue con otra morra, gracias a dios. En este espacio nada pequeñoburgués, transcurrieron mis siete primeros años; me enamoré de una sexy nena en primero de primaria, seguí engordando, alguna vez hice el ridículo en la escolta, y me agarró una mañana el temblor del '85. Después de sucesos tan trascendentales, tuve que empacar mis chingaderas cuando a mi madre -madre soltera desde que la conocía- le dio por casarse (de nuevo, hágame el cabrón favor). Ahí empezó el trajinar del Nano.

Primero un departamento en el piso 800 de un destartalado edificio en la Jardín Balbuena, donde uno tenía que interrumpir la comunicación telefónica cada vez que un avión pasaba por el pinche escándalo. Año siguiente, un nuevo hermano y un departamentito en la colonia Relojeros, por la Viga y Churubusco, en un edificio más viejo que el anterior y oscuro como la chingada. Dos años más y va de nuez, ahora marchando al destierro en el norte de la ciudad (echando mano de la atinadísima expresión que le escuché a Francisco Hernández). Caímos en Tlalnepantla y cayó un nuevo hermano, bueno, hermana para ser precisos.

Tras conocer tres departamentos en la vulgarmente conocida Tlane, fuimos a parar hasta los confines del mundo conocido, en una colonia de cuyo nombre no me quiero acordar, esta vez sin un nuevo hermano y con un perro, lo que a mi juicio constituyó una gran innovación. Era 1995, yo caminaba con mi carita de pendejo en los pasillos del CCH Azcapo, al que acababa de entrar, hacía dos horas de ida y las respectivas de regreso escuchando a Martín Hernández en la gloriosa Radioactivo 98.5, y aprendía a convivir con un barro que se instaló por meses en mi nariz. De buenas a primeras, ¡zaz!, se murió el perro y nos pescó la de andamos huyendo Lola, y de un día para otro tuvimos que largar a la virreinal Puebla.


Viví en Puebla diez años, tiempo justo para hacer una vida con la Areli, una prepa y una licenciatura que más parecía técnica, en la buap. Allá se detuvo la tradición del andar a salto de mata y solamente tuvimos dos hogares, el último, donde actualmente reside mi bandera, con otros dos perros claro.


Uno siempre acaba regresando a los orígenes, por eso hace tres años que vivo en el defe, en el pisito que la Are y yo hemos construido como un hogar. Es difícil hacerse a la idea de comenzar una nueva mudanza, tan difícil que en lugar de empacar me siento a escribir posts interminables, mientras miro de reojo a la flaca que ríe frente a mí, en su pedo y en su chat con el Samuel. Sacando cuentas, he vivido en diez casas distintas, por eso hice la primaria en cuatro escuelas, por eso estoy acostumbrado a empacar mis mugres y agarrar rumbo en nuevos horizontes. Por eso me considero un chilango cabal, uno más en esa multitud errante que va de un lado a otro de la ciudad, cumpliendo con modernas historias que se deben escribir en códices con patitas y cerritos. Como los demás, entre mudanza y mudanza he aprendido a aceptar mi destino y a reconocer que el arraigo, para los que nunca han podido hacerse de una casa propia, se tiene hacia la ciudad misma, hacia la canalla ciudad.


domingo, 28 de junio de 2009

la multitud errante I/II

Ni hablar, no queda otra que arrancar una nueva mudanza. Siempre he pensado que eso de mudarse es una práctica natural para el chilango, que la mayoría de los nativos del de efe -la mayoría jodida, claro está, que no tiene más que el petatl donde duerme- debe estar acostumbrada a trajinar, cada determinado tiempo, con sus triques y sus proles hacia un nuevo hogar. De algún modo, se me hace que por cierto atavismo, los chilangos estamos condenados a repetir ad nauseam el itinerante vagar en estas tierras en busca de un asentamiento, tal como lo hicieron los chilangos primigenios en pos de la tierra prometida, donde estuvieran el águila y la serpiente según se inventaron después, pero en realidad en pos de un lugar donde no los echaran. Siete u ocho siglos después -para exactitud de fechas consultar a un historiador, que yo estoy exento de esas vainas- la chilanga banda continúa el peregrinar, de Azcapotzalco a Texcoco, de Coyuacan a Chalco, de Tacuba a Xochicalco y anexas, cada vez que el contrato de su departamento ha caducado, que se busca gastar menos de dos horas de transporte colectivo entre la casa y el trabajo o escuela, o simplemente cada vez que el casero de buenas a primeras te lanza. Así, agarras tus chivas y te encomiendas al dios huitzilopochtli (¿raíces de mi naturaleza chaira acaso?), para anotar un nuevo episodio en la tira de la peregrinación personal.

Supongo que esta sensación me viene de familia. Como tantas, como todas, mi banda se origina en las migraciones de la gente del campo que, escapando a la miseria rural, se inscribe en la miseria urbana de la gran capital de las primeras décadas del XX, apenitas después de la Revolución. La memoria se remonta a la bisabuela María Manuela, mujer nahuatlaca, de duro talante y mirada tristísima, que habiendo nacido en Acajete, Puebla, se me fue a casar allá por Veracruz. Tras algunos años de matrimonio y madriza, como mandaba el canon, una madrugada emprendió la graciosa huida con dos hijos propios y una endilgada (personaje de un futuro post), que el marido había tenido con una jarocha y después se la llevó a Manuela (hágame el cabrón favor), como también mandaba el canon. La bisabuela, apenas bilingüe, analfabeta y con tres lobeznos, llegó al defectuoso en los tiempos de mi general Elías Calles, con una mano atrás y otra adelante, a refugiarse en casa de una comadre donde a los tres días empezó a apestar. Cuenta la memoria oral que, desesperada y sin un quinto partido por la mitad, doña Manuela se sentó a llorar en la calle, y que la gente al verla tan desgraciada le tiró alguna moneda. La bisabuela pensó, si por no hacer nada me dan alguna ayuda, mejor vendo algo, y así comenzó a vender naranjas en una acera. Con los años el negocio progresó y cambió de giro, hasta vender dulces a la salida de un cine. En aquellos años de miseria, la bisabuela y sus chamacos cambiaron de residencia en varias ocasiones, de cuartito en cuartito y de vecindad en vecindad.

Corrieron las aguas del río, mi abuela Nata creció y un buen día tuvo que retirarse de los salones de baile a los que era fiel devota, al caer presa del matrimonio. Mi vieja, que era el azote de las pistas al compás de Pérez Prado, de Acerina y su danzonera y de Luisito Alcaraz, se fue a vivir con su respectivo -que por las cochinas ironías no gustaba del baile- a los rumbos de la colonia obrera, la “pobrera” pa' los cuates. Enclavada en el primer cuadro de la ciudad, la pobrera era una de esas colonias que los currutacos y petimetres porfirianos cedieron al leperaje, tapizada de vecindades de quinto patio, niños panzones y perros famélicos. En esta colonia, tan parecida al callejón del Cuajo de los Burrón, tan cantada por el buenazo del Chava Flores, el matrimonio y su creciente prole recorrieron varias moradas, que por no tener a mi vieja a un lado en este momento me veo imposibilitado de detallar. El chiste es que andaban del tingo al tango pues.

sábado, 27 de junio de 2009

en el reino de la infamia, Aristegui miente

En los comentarios del blog del Guerrillero, en un atinado post en el que su autor enarbola su hartazgo ante la situción política del país, un lector decía que las groserías en los post dan, según él, una idea pueril. Difiero totalmente al respecto, pues creo que el lenguaje construye la realidad, y si esa realidad es una chingadera, pues chingadera se le debe llamar.

Hace unos días, el lunes 22 de junio, Carmen Aristegui abrió su espacio radiofónico de MVS noticias al periodista Jenaro Villamil, para comentar el libro que este (articulista de cabecera de Proceso) acaba de lanzar al respecto del circo mediático que ha impulsado al siempre guapo gobernador del Estado de México, Enrique "golden boy las traigo muertas" Peña Nieto, para las presidenciales de 2012. Sobre el príncipe encantador, novio de la también encantadora gaviota, me ahorraré por el momento los comentarios, pues creo que todos coincidimos en que es un pobre pendejo, matón de poca monta. Mi molestia va sobre la respuesta de Televisa al respecto de tal entrevista.

Al día siguiente, los lectores de la prensa escrita a nivel nacional, se encontaron con el iracundo desplegado de Televisa en respuesta a lo dicho por Aristegui y Villamil. A plana completa, la televisora clamaba "Carmen Aristegui y Jenaro Villamil MIENTEN". El yo acuso del honorable consorcio televisivo arrancaba afirmando que "Grupo Televisa ha resistido paciente y tolerantemente los infundios que repetidamente se han divulgado sobre su desempeño" (las cursivas son mías; las mamadas son suyas), pero ante tanta injusticia, tanta malasangre que se ha vertido contra el honor de dicha empresa, "esta actitud no puede ni debe mantenerse". Punto por punto, la televisora, como el buen pastor, exhibía las cinco mentiras de ese par de gangsters del periodismo, y demostraba a su rebaño que su accionar ha estado siempre sustentado en la máxima de la verdad, la equidad y la imparcialidad. En tonos de la cruzada del bien contra las fuerzas malignas que amenazan a las conciencias inocentes, Televisa nos alertaba que periodistas como Aristegui y Villamil sólo se empeñaban en lapidar al justo.

En el reino de la infamia, ahora resulta que Aristegui y Villamil mienten (sí, parafraseando al señor López). !Cómo se atreve una empresa tan enlodada, tan repugnante como sólo lo pueden ser el SNTE, el PAN, la SCJN, el CEE y la otra televisora, a atacar a alguien como Carmen! ¿con qué cara nos vienen a hablar de la mentira? ¡Qué falta de respeto, que atropello a la razón! De Aristegui no hay nada que decir, pues los episodios que ha protagonizado hablan por sí mismos. Por mencionar tan sólo los más recientes: las llamadas del gober precioso y su cuate Kamel, destapar el fraude que se cocinaba con Hildebrando, dar cobertura a López Obrador, exhibir la mugre de la Ley Televisa, denunciar la pederastia en el clero mexicano, ser la única que denunció la violación y asesinato de Ernestina Ascencio a manos de las bestias del ejército, o la entrevista a De la Madrid. Pero no vale la pena siquiera mencionarlos puesto que lo último que alguien como Carmen necesita es que la defiendan.

Total, que sólo quería volcar un poco del coraje, decir por enésima vez que este pobre país estaría aún más jodido, mucho más, si no tuviéramos a Aristegui, y también por enésima vez gritar, aunque sea pueril, ¡Hijos de su chingada madre!

Para ver el mal chiste del desplegado:

http://www.elsemanario.com.mx/news/news_display.php?story_id=21850

Para ver la amplia y lúcida respuesta que dieron los alevosos Aristegui y Villamil:

http://www.noticiasmvs.com/ver_noticia.cfm?id=5394

jueves, 4 de junio de 2009

las cinco diferencias, o, "yeah baby"

Rotundo Maldita Sea mayusculado: trámites para una beca; resumen de la vieja y carcomida tesis de licenciatura para contender y perder un concursillo; finales de dos materias en la maestría; avance de tesis para el diez y capítulo para el dieciséis -del cual aún no existe ni una línea-; esas son las cosas que me joden al momento, claro, sin contar la visita no de siete, sino de veintidós casas en la búsqueda de un nuevo departamento -lo cual será materia de otro post, con más tiempo-. Pero entre esa maraña de cosas irrealizables que tendré que realizar, tenía que cumplir una deuda de antaño y zanjar un viejo debate.

Durante mucho tiempo, las posturas enfrentadas se han debatido entre que si en efecto es ella o no, si sería correcto privar al mundo de semejante hallazgo, entre que si en algún sitio existe un portal interdimensional que desemboca directamente en una acera londinense de los setentas y si ella lo encontró. Tras férreas rebatingas, he decidido que la respuesta es sí a todo, y aquí está el peso de la evidencia que no deja lugar a dudas:



Para darle sabor al asunto, no revelaré cual es el verdadero Austin Powers, y reto al lector. al muy ocioso lector, a que lo descubra.

Nota: si el Austin Powers de la izquierda tiene una de esas alocadas nenas de los setentas (obsérvese el cabello groovy) y el otro no, puede ser sólo un factor para despistar.

martes, 2 de junio de 2009

chinga, por eso quiero a mis amigos...

carnal! no mames! campeones!
vic, 10:16 pm
qué pues hippie vamos al ángel
nadis, 9:56 pm

ey ey no tendrías que estar haciendo una tesis? je je, la verdad
es que no ver a los pumas ganar es un pecado. abrazos!
kamarada, 9:54 pm

dale campeón, dale campeón!!!
chío, 9:54 pm

goooya universidad. nos fastidiamos al equipo de los pinos,
no todo está perdido mientras exista el orgullo azul y oro
chelita, 9:53 pm

me tendré que adelantar. felicidades hermano, qué más regalo quieres. abrazos
chompa, 9:47 pm