jueves, 16 de diciembre de 2010

uno de tantos ensayos

Hoy llegó una de esas mañanas en que uno despierta entre arenas movedizas, todavía lanzando desesperados manotazos al sueño que se escurre entre los últimos restos de la noche.  Fue una de esas mañanas tan habituales hasta hace unos meses y que había logrado ir dejando de a poco. Te soñé, una vez más.
Habrá sido porque ayer pensé en que Emilia es un buen nombre para una niña, o tal vez porque anoche, entre trago y trago, regresé al viejo deporte de hablar de ti. Mi víctima, alguien que te conoció hace un par de años, se desquitó soltando a quemarropa la pregunta inevitable. Claro, dije, sin dudarlo un sólo instante. Claro que volvería a ese lugar. Mi respuesta era demasiado predecible.
Los sueños son el museo del ayer y la fábrica del mañana, dice Fresán, y no sé por qué ayer te dignaste a visitarme, si tu silencio ha sido implacable durante todos estos meses, tanto que hasta en los sueños me habías abandonado. Pero ahí estabas, tan bella como te recuerdo. Y hoy, hace un instante, mientras intentaba recuperarme de la resaca de extrañarte, la casualidad ha tocado a la puerta, dejando en el buzón un correo tuyo, después de una ausencia tan larga. Creo que te fabriqué al soñarte. Si es así, ¿funcionará si te sueño cada noche? 
Puedo pasarme la vida intentándolo