miércoles, 27 de mayo de 2009

lecciones del futbol de abajo

¿Qué se puede hacer en un minuto?
En un minuto, con el espíritu beisbolero de que “esto no se acaba hasta que se acaba”, los 13 del puebla (11 en el campo, el chelís y la sufriente fanaticada) vieron como se ahogaba todo el esfuerzo de una temporada que bien podría calificarse de gloriosa. En sesenta segundos se fundió la aventura de esta temporada, el anhelo y la esperanza que, más que de una ciudad, fue de todos los aficionados al futbol en México.
Minuto 89 y Verón, llegando por el costado en un descuido de la defensa poblana, metía un testarazo que dejaba sembrado a Villalpando en la desolación del arco profanado. A un minuto del final los Pumas resolvían un partido en el que se vieron ampliamente superados, línea por línea, por la franja, y con ello se colgaban al cuello un triunfo que no deja de tener un gusto amargo.
Verón, precisamente quien en el partido de ida contra los tecos en los cuartos de final casi le cuesta la eliminatoria a los de azul y oro, cuando en un lapsus de locura regaló un penal de un modo infame, y que en algunos minutos más tarde se haría expulsar. Ese mismo Verón, hoy se viste de gloria al encontrarse una pelota en el área chica. La dialéctica del juego.
De cierta manera quería escribir para rendir homenaje al Puebla, ese equipo que, temporada tras temporada, era el hazmerreír del torneo mexicano y una vergüenza para los poblanos, como el Gober, como la mochería decimonónica, como Gustavo Díaz Ordaz. Ese Puebla, que tras conquistar el campeonato en la temporada del ‘91, se vio sumido en la más terrible mediocridad, sin espíritu, sin mística, y con una directiva vulgar, enana, corrupta y rapaz -¿coincidencia o fiel reflejo de la clase política local?-, que logró permanecer en la primera división gracias a la trapacería de comprar al equipo que ascendía de la primera a, que trata a los jugadores como obreros a quienes paga casi a destajo y a destiempo –¿coincidencia o reflejo de las condiciones laborales que imperan en la Volkswagen y en las maquiladoras?-. A ese Puebla y su afición siempre mártir, siempre plañidera y resignada a vivir la humillación, es un equipo al que hoy se ve con total respeto.
Con un trabajo de zapa, desde abajo, un técnico que nunca pisó una cancha, logró conjuntar una onceava de individuos sin el gran nombre, sin cartel, o con alguno que otro que había figurado y después había venido a menos como Davino –quien por cierto jugó como un grande-. Chelís logró crearles una identidad y sacarles el orgullo por una camiseta, logró llevarlos a encontrar un futbol imaginativo, libre pero a la vez ordenado y bien ensamblado en el funcionamiento colectivo, que se atrevió a retar a los equipos de las grandes nóminas y jugarles de tú a tú, esos que hasta hace poco visitaban el Cuahutemoc para ganar por trámite. La franja, de la mano de un Chelís que anunció su salida del club por estar hasta la madre de la directiva, aprendió a jugar con dignidad y decoro.
El Puebla se plantó en la cancha universitaria para disputar la vuelta de la semifinal, sin su goleador Acosta y con la pesada lapa de tener que ganar por dos de ventaja. CU era una fiesta, el recinto al que acudían los feligreses para oficiar una misa de sacrificio. Pero ante el asombro de un estadio enmudecido, la franja se presentó para ganar, y durante casi 60 minutos estuvo calificado a la final del futbol mexicano. A tres minutos del pitazo último, los Pumas conquistaron su pase para luchar por su sexto título; con el gol de Verón, brinqué y grité como todos los de sangre azul, pero de inmediato reconocí que esa era un victoria pírrica, y más aún, injusta, espuria. Los que jugaron con corazón, los del futbol, fueron los del Puebla, pero la tabla de posiciones les jugó sucio. Al término del juego corrí a escribir estas líneas, a modo de disculpa y de reconocimiento para la franja, pues así como una victoria no se obtiene, sino se conquista, así el finalista es Pumas, pero quien conquistó ese partido fue el Puebla.
El domingo, unos Indios a los que todos veían como el chivo expiatorio del poderoso Pachuca, que necesitaba ganar por tres tantos de ventaja, dio una lección de entrega y orgullo. De nuevo el favorito terminaba ganando a menos de cinco minutos del final. De nuevo esa sensación de que, si en el futbol hubiese justicia, tal vez el finalista sería otro.
Al final la nómina se impuso sobre el espíritu, y los Indios y la franja terminan con su osadía de jugar de igual a igual. Pero ambos han dejado una lección de lo que es ganar la dignidad en la cancha, y eso vale más que cualquier título. Tal vez será una gran final -cosa que dudo por el pobre futbol que han mostrado los Pumas-; tal vez el campeón gane con un gran partido, pero de lo que estoy seguro es que sea una final brillante o mediocre, en un tiempo lo olvidaré. Lo que recordaré por mucho tiempo será que tuve la fortuna de ver jugar a los Indios y al Puebla, y que me hicieron pensar que cualquier cosa era posible.

viernes, 22 de mayo de 2009

de chocolates y viejos barbones o de como Dios era porteño

De paseo por los blogs de los carnales, me encuentro con voces familiares que, desde escenarios diversos, van hilando tramas -y traumas- comunes. Alguien habla de historias que eran, de cuentos que tocan el colorín colorado, de la amistad y de amistades que están, se quedan o se van. Cuentan del destino, de borges y monty phyton, de los epílogos, del resplandor de las luciérnagas, de hurones, de viajes nuevos y viejos, de cariños que se mueven como botes a la deriva en aguas extrañas. Pero sobre todo, parece que los camaradas se han puesto de acuerdo en dejar sus tesis a un lado por un rato y platicar sobre el destino.
Cuando he pensado en ello, en las incontables ocasiones en que he cometido crasos errores y en las que me han tocado golpes de suerte -mucho menos numerosas-, siempre me he limitado a tres ideas que para mí definen bien lo que es el destino.
Seguro lo oí hace mucho, hace tanto que obviamente no recuerdo ni cuando ni de quien, pero sorprendentemente, fue algo que quedó prendido a mi memoria: "Misteriosos son los caminos del señor", del señor que pasa la vida en bata y huaraches y con su larga barba blanca y que no es howard hughes en sus últimos años. La idea me gustó porque nos mostraba que lo que nosotros tomamos como azar, una fuerza superior lo toma como chamba o como hobbie o ambas dos, pero a fin de cuentas se toma el trabajo de decidir por nosotros. Años más tarde, cuando por fin logré ver Forrest Gump completa, que fue años más tarde después que se estrenó, Tom Hanks y Spilbergo me enseñaron que "Life is like a box of chocolates. You never know, what you'll get". Entonces nos quitamos de la bronca de tener que planear la vida, y además de dilucidar si en efecto el señor de la bata y la barba existe y se toma la tediosa chamba; sólo nos relajamos y probamos un montón de chocolates hasta que una indigestión nos mate.
Hace poco, en una mesita de café, Borges me dio al traste con la fiesta -siempre aparece Borges y siempre es el aguafiestas-:"Destino (tal es el nombre que aplicamos a la infinita operación incesante de millares de causas entreveradas)" y aunque, como sabio que era, no se mete en la bronca de buscar a quien pasarle la factura de esas causas, sí le quita al destino ese ingrediente de azar, de accidente, que tanto se parece a la esperanza. De inmediato, cerré la Historia universal de la infamia, pague el café y empecé a caminar, abrumado por el peso de la cuestión. Si el destino eran causas, y si las causas se debían tal vez a un viejo barbón, tal vez el viejo barbón tenía la responsabilidad de todo, tal vez todo se debía a su problema con los chocolates. Al final llegué a la conclusión de siempre, que Borges era Dios, pero eso ya lo sabía y no me resolvía nada.
Así que leyendo a los amigos pensé que bendita vaina en la que lo meten a uno, que ni la debe ni la teme, y que eso me sacaba por no estar haciendo la tesis como Dios y Conacyt mandan. Pensé en Samuel viendo luciérnagas, en Gaby atrapada en el aeropuerto de Lima, en Ilse enpalinurada, en el Pollo y una banda de chavitos felices después de echar la cáscara, en Are y Karla hablando de encuentros y desencuentros. Pensé que Dios era un Borges con bata blanca y una barba poca madre, pero este sí era chévere, que se atiborraba de chocolates (y seguro también trufas Karlita, no te preocupes), que era benévolo con nosotros porque sabía que todo el tiempo nos equivocamos y que nos ponía a cada uno donde debíamos estar. Pensé que gracias a los chocolates que me había puesto en la mesa, había conocido a tantas personas sin las que mi vida sería bastante insulsa.
Claro, también pensé que me desquitaría de mis amigos por haberme hecho pensar en el destino, y que lo haría robándoles el tiempo con este insensato post.
NOTA: parece que el mundo se inclina por la idea de los chocolates, pues en google, la frase de Hanks tiene ni más ni menos que 182,000,000 de entradas. in-cre-í-ble. La frase de... ¿de quien diablos será? de los caminos del señor acumula la más modesta cantidad de 316,000, mientras que la de Borges aparece en aproximadamente 23,900 sitios. Sin lugar a dudas, Spilbergo y Hanks son los dioses de nuestra triste época.


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