domingo, 14 de febrero de 2010

en estos días no sale el sol, o historia de una tarde, una boda y un tapado

Que maneras más curiosas
de recordar tiene uno...
Una mañana de sábado soleado se impacta en los cristales, y de repente me da por escuchar a Silvio. El Al final de este viaje me trae siempre recuerdos de los tiempos primigenios, aquellos en que ella me regaló el ajedrez y el gusto por la trova, cuando, de ser un estúpido neófito en materia política, pasé a ser un estúpido neófito menos desinformado, cosa que también le debo a esa gran mujer. Cursábamos el primer semestre de la carrera, ella en algo misteriosamente llamado lingüística y literatura hispánica y yo haciendo el gran ridículo en diseño gráfico. Por aquellos tiempos quemaba las noches intentando bocetos y láminas que nunca acababan de cuadrar, mientras en el radiecito sonaba una y otra vez el cassette de aquel álbum de Silvio, que encontró algo de reposo hasta que cayeron en mis manos el Descartes y el Mano a mano, nuevos y dignos relevos para acompañar la frustración de aquellas noches estériles.
Al siguiente año acepté con resignación mi torpeza creativa y vino así una nueva carrera, y con ella un nuevo disco. El chaval que daba sus primeros pasos de chairo, que no entraba a sus clases de teoría del diseño por leer Azteca, se mudaba a un espacio que le permitiera desarrollar su auténtica naturaleza chaira: el Colegio de Historia. Aquel nuevo disco fue el Tríptico uno, en versión pirata de diez varitos para continuar la tradición, que alternado por momentos con el Mano a mano y el Mujeres, con algo de Delgadillo y hasta una que otra de Filio (¡chales!), constituyó el soundtrack de esos días.
En estos días no sale el sol, sino tu rostro...
Y entonces hoy, a casi diez años luz de aquellos tiempos, me dio por escuchar el Tríptico, y con él rescatar en la nostalgia aquellos tiempos, con el típico conejillo de filosofía y letras que no soltaba el morral de palma, la camisita de manta y sus disquitos de trova. Para los sábados había una ruta única: algunas páginas de aburrida historia en la biblioteca y después una escala imprescindible en la ya mítica panificadora San Pedro, comprar un par de maravillas azucaradas y una coca de lata, y ya bien pertrechado, enfilar hacia el Barrio del Artista si había buen día y sentarse a leer la novelita en turno. Si llovía, el espacio idóneo era el atrio de esta iglesia, que compartía con el viejo que siempre toca el acordeón en la entrada. Era simplemente la mejor sala de lectura de la ciudad, y en ella veía rodar las tardes tristes, sentado al pie de esta puerta de madera del xviii.
En aquellos tiempos leí pocos libros para cualquier lector común, pero muchos para un chabón casi analfabeta y ansioso de desquitar tantos años perdidos, lo curioso es que busco en la memoria y me viene uno, no el que más me haya gustado ni el más significativo. Me viene el Manuscrito encontrado en Zaragoza, y sobre todo esa tarde de lluvia cerrada en que lo leí, con las nalgas castigadas por la piedra de este atrio, el panzote de azúcar, la coquita, y varios cigarrillos, muchos para un novato y ridículos para el fumador de ahora. Fue una tarde espléndida, que me hizo regresar a casa admirando la noche con su cielo recién escampado, y pensando que no tenía todo lo que quería, pero quería todo lo que tenía.

En el arco principal de esta fachada
estuvo colgada, por orden de la Inquisición,
la cabeza de don Antonio de Benavidez (el tapado),
falso visitador de España
ejecutado el 12 de julio de 1684


Esta tarde se han casado Cesar y Karina. Desfilaron por mi atrio este sábado trece a las siete de la noche. Es la primera vez que presencio una boda.
Había asistido a unas cuantas, pero la fatalidad de la impuntualidad siempre me relegó al poco honroso papel de gorrear las fiestas. Así que esta fue mi primera boda, y aunque todo discurrió normalmente, no puedo negar que me sentí un poco defraudado. No fue que el novio se desmayara o que al padre se le cayera la hostia en el escote de la novia, no, nada de material para estúpidos videos caseros. Fue sólo que me quedé esperando el instante en que el sacerdote se dirige a los asistentes para preguntar si alguien sabe de algún impedimento para esa unión. Tal parece que esa práctica, que a mí me resultaba bastante democrática, es ahora sólo un mito en una canción de los Tigres del Norte. Yo aguardaba ese momento estelar, en que todos guardaríamos un silencio incómodo pero expectante, mirándonos las caras los unos a los otros para ver quien era aquella que saltaba con tres chavitos igualitos al novio, o si aparecía Dustin Hoffman para llevarse a la novia en un autobús. Total que nada de eso sucedió, no, no sucedió, y debo confesar que todo el tiempo me pregunte si, en un acceso de encono imbécil, saltaría desde mi última banca del galerón y gritaría con mi mejor intento de voz de hombre que ellos no se podían casar, porque en esta iglesia habían colgado la cabeza de el tapado en 1684, porque la novia era mi esposa, o porque estaba seguro que ellos no se querían tanto, ni tantito como otros que he conocido y que no se casaron. Hubieran sido mis cinco minutos de fama.
Por supuesto no conocía ni a Cesar, ni a Karina, ni a ninguno de los presentes, pero de todo corazón les deseé en silencio la mejor de las vidas y que llegasen a viejos con cariño, aún cuando supiese que no se querían ni la mitad de lo que... de lo que.

Ay de estos días terribles,
asesinos del mundo.




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jueves, 4 de febrero de 2010

desaparecer

I
Tres de la mañana y el chat del feis está desierto. Me agrada saber que hay personas que valoran sus horas de sueño, que muchos de ellos pueden soñar, que tienen algo que hacer mañana por la mañana que les impide desvelarse demasiado. Lo triste, más bien lo patético, es quedar tu solo, como en medio de una fiesta extinta, mirando los restos del naufragio con medio vaso de cerveza ya sin gas en la mano, sin tener más remedio que dar un vistazo a tu alrededor para darte cuenta que todos se han marchado, que eres el único que no tiene una vida. Ya lo dice Homero respecto a los lectores de Harry Potter: adultos tristes y solos. En esta situación, tan puntual descripción calza perfectamente: adulto entrecomillado que vive entre paréntesis, mirando la vida de los demás en el feisbuc a las 3 de la mañana.

II
El feis ofrece varias ventajas sumamente tentadoras. Es el medio que te permite contactar a banda que difícilmente -lamentablemente- puedes ver en la vida real, te brinda una buena manera de matar el tiempo muerto y de algún modo te acerca a aspectos chuscos o más íntimos de las personas. Pero también es una especie de trampa, una muy seductora, con ese don de los encantadores de serpientes, que te brinda la reconfortante sensación, remedio mágico de tres pesos, de imaginar que no estás tan solo como parece, aunque al salir y apagar la compu te das cuenta de lo desierta que ha quedado esta reunión. El feis te permite cruzar un saludo de dos líneas -a menudo de una economía verbal más rígida que eso- con personas que te importan, que estimas y que se encuentran muy lejanas espacial y temporalmente; te permite el consuelo estúpido de verter un poco de rencor social y entrar a un grupo para odiar al pri o al perro de calderón, o jugar al ecologista chairo y suscribir la noble causa de proteger los arbustillos de una de las 17.508 islas del archipiélago indonesio... ¿y?

Mirar y ser mirado. ¿Voyeurismo tecnológico? ¿Big brother edición bolsillo? En términos sencillos el feis se reduce al viejo juego de ver y ser vistos, y con un poco de suerte de ver sin ser visto; pero cuando hay cosas que prefieres no ver, y cuando no hay mucho interés por verte, entonces el gran invento pierde sentido. No negaré que le debo al feis elementos fundamentales de mi existencia, como descubrir que moriría cuando se diera un ataque de zombies, que si fuera un monito de 31 minutos sería guaripolo o las frases de juanga. Qué decir de la imprescindible colección de regalos chairos, de los regalos chafas, de los intelectuales donde salía yoda o de las ilustrativas estampas de la vida pipope con su aficionado chillón del puebla y su rechazado de la buap. Todas y cada una dieron sentido a mi vida durante un buen rato, eso que ni qué.

III
Ahora por fin me he armado de valor y he cerrado el feis, en un arrebato de decisión muy poco común en mí, y hacerlo ha resultado un experimento sumamente interesante. Todo el tiempo pensé en un cuento de Richard Matheson -el guionista de Twilight zone- en el que un hombre, sentado en una típica cafetería gringa, en la típica tranquilidad sosa de las cafeterías gringas, escribe nerviosamente en una pequeña libreta, mientras se enfría una taza de café a su lado. En un instante, la mesera voltea y encuentra el asiento vacío, y sobre la barra la libreta abierta, la pluma y la taza exhalando los últimos restos de humo. Al leer las notas escritas por aquel desconocido se encuentra con el testimonio de la locura. La escritura, de trazos rápidos y desequilibrados, cuentan cómo, por misteriosos sortilegios, han ido desapareciendo las personas en la vida de aquel que escribía, esfumándose sin dejar vestigio alguno tras de sí. Como se adivina, la narración se interrumpe abruptamente en medio de una línea que queda en el aire. El hombre desapareció.

Así fue cerrar el feis, una existencia alterna al plano de lo real, que se desarrollaba con amigos y bromas y semiconversaciones y fotos, donde de repente, por similares sortilegios, se ha agotado de un segundo para otro. Se borraron los comentarios que tan sólo unas horas antes había puesto en las páginas de los amigos, se fueron las fotos y las bromas; simplemente yo nunca existí. Y mañana, cuando esas personas entren a su perfil, todo será exactamente igual, pues ni siquiera ha quedado un cuadernillo con una historia a medias ni la taza de café. Imagino que mañana nadie recordará que hubo un tal daniel ireneo morris que comentó tal o cual cosa estúpida, mañana no habrá ausencia, pues ni siquiera quedó un hueco que le recuerde.

Es impresionante, una desaparición que tiene tintes de suicidio y de amnesia estilo eterno resplandor... No es como las desapariciones chafas que ocurrían en las fotos cuando Michael J. Fox alteraba el pasado en las pelis de volver al futuro, esas donde quedaba el espacio vacío de la persona en la instantánea familiar. Se parece más -con las debidas proporciones- al testimonio que le escuché a una señora en el campo de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica) de lo que le sucedió en tiempos de la dictadura argentina. La mujer contaba cómo, ante la vista impotente de los compañeros de laburo, los esbirros secuestraron a uno de ellos, arrojándolo al piso de un ford falcon, huyendo a toda velocidad. Días después, cuando la mujer comentó el hecho con los compañeros que también habían presenciado el hecho, todos la miraron con una cara que decía "¿pero de qué mierda estás hablando?". "¿Miguel? ¿Cual Miguel? Aquí nunca trabajó nadie con ese nombre". Eso es desaparecer.

IV
Vaya, mi café se enfría. Vencer la lógica de lo que suponemos debe ser. La noción de que algo desaparezca es simplemente insoportable, pues aterra pensar que en cualquier momento nos puede suceder a nosotros. Es más temible que la idea de la muerte misma, pues del muerto se conserva una memoria y de quien desaparece al estilo feis, al estilo eterno resplandor, al estilo Matheson, no. ¿Y si en realidad eso fuese posible? ¿Si alguien al voltear la esquina delante de nosotros, al salir de nuestro espectro visual, simplemente se esfumara en el aire sin dejar un pasado detrás? ¿Y si alguien desapareció de la mesa de un café en la esquina de Córdoba y Callao? ¿Qué haríamos frente a un Ireneo Morris, cuyo avión desaparece en pleno vuelo? ¿Cómo podríamos soportar tal aberración, sin qu