viernes, 8 de abril de 2011

los ojos viejos de don Pascual

Se miró los botines cubiertos de polvo y rebuscó en el bolsillo izquierdo de la chaqueta el papel y el tabaco. Con la parsimonia del que se sabe derrotado ató el cigarrillo, mantuvo un instante el gusto del papel en la lengua y con la misma calma le dio el primer jalón, dejando que el humo le apaciguara los latidos. ¿Cómo pudo suceder? a la tercer calada comenzó a asimilarlo: el Pocar se había sentado en el arranque. Nunca había pasado, no con él, un caballo tan fiel, pero un día tenía que pasar.
Yo era entonces un chamaco que apenas me bebía los primeros tragos de tequila, con los otros escuincles y a escondidas de mi viejo, pero recuerdo clarito el sol de aquella mañana. Las carreras se corrían en el carril parejero de Churubusco, a la orilla del río y justo enfrente del panteón del Xoco. Se apostaba fuerte y se jugaba con honor. Aquel día mi padrino se jugó diez mil del águila, el caballo y la comida y los tragos para todos. Se los jugó al señor Alanís y su bestia, el Indio me acuerdo, un retinto de muy fina estampa. El Pocar era un alazán claro, alto, que corría con alegría las 350 varas. Mi padrino era así, apostaba fuerte y con honor.
Aún lo veo fumando su cigarro en medio de la pista y del silencio con que todos esperábamos su reacción. El señor Alanís se le acercó, ni modo Manuelito, fue legal. Fue legal, dijo, mientras se llevaba la mano al otro bolsillo y sacaba el fajo de billetes. Los puedes contar si gustas, ni hablar Manuel, eres hombre de ley y no hay porque contar nada, y ahora a darle, a mi casa con todos los muchachos, que esto hay que celebrarlo.
Hubo barbacoa y pulque para toda la tarde y a la noche todavía corría el mezcal y el aguardiente. Más de sesenta años hace de eso, pero lo tengo guardado aquí, porque después de esa carrera mi padrino no se pudo levantar. Lo perdió todo y lo perdimos a él, que un buen día agarró rumbo pa' no sé donde y se fue, sin dejar nada detrás. Pasaron varios años en que no hubo noticia suya, hasta una Noche Buena en que sonó el timbre y apareció en el umbral de esa misma puerta. Yo lo quería mucho. Recuerdo a mi padrino y mi viejo cantando aquella noche, en esa ventana, Los barandales del puente... Nunca más volvimos a saber de él...


Escucho y veo las lágrimas asomar en los ojos viejos de don Pascual.