Por esta hoja en blanco no pasa nada. Priva el silencio. Nos contemplamos aburridos, ella de mi estupidez y yo de su mutismo. Nuestra relación ha sido como cualquier otra, dibujada con un poco de amor y algunas trazas de odio discreto, y hemos conocido por igual noches de conversaciones interminables, de risas y abrazos, que malas rachas, con sus días llanos y sus rutinas mustias de charla en monosílabos, pero me temo que de un tiempo para acá nos ha devorado el hastío. Ahora sólo se limita a contemplarme encender un cigarrillo tras otro, indiferente, sin reprocharme nada aparentemente, pero sé que su silencio absoluto encierra el reclamo porque ya no le comparto esas historias sencillas que antes nos unían, por no cerrar esa caraja tesis de una buena vez.
En otros tiempos teníamos más tema de conversación. Entre mimo y mimo le contaba de las cosas aburridas de mi tesis y la pobre se las bancaba con paciencia y en ocasiones incluso con un poco de entusiasmo, sobre todo cuando le describía las noches de una vieja ciudad infestada por la epidemia. Así conocimos muchas madrugadas hablando de lo mismo, con el cuerpo cansado, el cenicero rebosante y el café helado, pero que felices que éramos viendo salir el sol.
La chica ha sido buena conmigo, aguantando con buen talante mis manías absurdas y mi gusto por esos relatos que se esconden entre las callecitas de la ciudad. Me ha soportado ratos muy amargos, compartiendo soledades y adioses, siempre aguardando los días mejores. En otros tiempos tuvimos historias de amor, sí, pero supongo que se nos acabó el romance. Pobre hoja mía, pudiendo andar con un escritor o un poeta que la llenara de palabras lindas haber acabado con un flaco anodino como yo.
Ahora priva el silencio entre nosotros, y yo sigo sin poder encontrar la caricia de esa primera línea que nos reconcilie.