La colección de la nueva revista de filología hispánica reposa en una caja de Ariel, mientras que cerca de dos milenios de historia de América Latina cupieron en una caja de Classyta, cuchara pastelera. ¿Donde quedó Ricoeur? ¿y Boorstin con sus descubridores? ¿y Quino con sus monos? Recuerdo que mandé juntos al Moncho, a Del Paso y a Pacheco. Serna, el buen Enrique Serna que, desde la primera página se su Orgasmógrafo me dice "por el placer de encontrar un lector como tú" duerme esta noche en una caja de saldeuvas Picot.
Los últimos siempre serán los primeros, por eso los que cayeron en las cajas hasta el final fueron Borges, Bioy Casares, la Rayuela y los cuentos completos del cronopio, los relatos de Cercas. Tal vez me remordía la conciencia imaginarlos encerrados, sin luz, sin vida, como si fueran simple papel. Tal vez no quería llegar al día en que tuviera que despertar y darme de bruces con su ausencia. Seguro soy un lector anticuado y ortodoxo, que toma a los libros como esos amores de toda la vida; uno de esos que piensan la lectura inevitablemente ligada al café y los cigarrillos, pues leer y releer no es otra cosa que charlar con un viejo y querido amigo, y todo mundo sabe que no se charla sin el tabaco en el café.