lunes, 23 de marzo de 2009

un lobo en la puerta 2 del foro sol (Radiohead en México. marzo 15/09, primer concierto))


Para Areli e Ilse

Miro el fuego que se encierra en el hueco de mi mano y por un instante todo es de un rojo deslumbrante, un rojo que prende en la punta del cigarro. Aspiro y con el humo entran en mí los primeros acordes. Levanto la vista y ahí están esas miles de almas gritando a todo pulmón. Todo comienza.
Al fin estamos ahí, una Karla que llega corriendo, una Areli que desfallece de la emoción e Ilse, mi hermana, presa del mismo sentimiento que las arrasa y las fulmina. La adrenalina es muy fuerte, mucho más que la de otros conciertos; eso es presenciar a una banda de culto. Contra los pronósticos y las esperanzas de muchos de nosotros, no es 2+2=5 la que abre, sino 15 step, del In Rainbows, y desde las armonías de arranque comprendo por qué estos cinco tipos revolucionaron el progresivo. –Los de reidiojed son putos-, dije en varias ocasiones durante el día y los días anteriores también, más que como una provocación a la ira colectiva como una medida desesperada por atajar un poco la euforia de Areli, quien se arreglaba como si fuera al evento de su vida, y de disimular mi propio nerviosismo. –Sólo es una gran banda- pensaba mientras salíamos de la casa alrededor de las 5 de la tarde y nos enfilábamos al Foro sol. C. U., Eugenia, División, transborde en Centro Médico. En los rostros del vagón se reproduce el mismo nerviosismo, la mirada furtiva de complicidad, “este güey también va” y los gestos como un lenguaje cifrado que sólo comparten los iniciados de un ritual, de la comunión entre una gran banda de rock y sus feligreses.
Cerca de las seis. Encontramos a Juanin, el de las rastas vaciladoras, montando guardia fuera de la casita de campaña que ha compartido con dos camaradas a la espera del concierto del lunes. Le damos el abrazo solidario a su espera, las palabras de aliento, y nos acercamos a la puerta.
Siete. Nos separamos de Adela y Ángel, quienes entran por otro acceso, y me quedo con la mirada de ambos, llena de esa angustia preconcierto, como niños en cinco de enero, que seguro es muy similar a la que tengo. Tras hacernos de la playerita del recuerdo como buenos fetichistas, decidimos esperar la hora que falta en nuestros lugares. Acceso 2, sección NA-7, fila 2; Areli e Ilse burlan la complaciente seguridad y entran felices con su respectiva grabadora en mano. Al subir las escaleras descubrimos una multitud debajo de nosotros, a ras de cancha, que espera ansiosa.
Siete treinta. Le pido tres cervezas a un individuo de casaca amarilla, lo que me granjea el “uy, que espléndido” de mi carnala. Son doscientos diez, por favor, me dice el caballero, y con el corazón afligido y a punto del soponcio por el shock, me veo obligado a devolver una. ¡Puta!
Siete cincuenta. Me encuentro a dos amigas, Ale y Brenda rocker. Les deseo el mejor concierto de sus vidas. Regreso a mi asiento en el momento en que las luces se apagan y entre la banda prende la primera ráfaga de histeria vocalizada. Kraftwerk, la banda abridora, se arranca con la primera rola. Machine, machine, machine, machine...
Ocho treinta. Llega Karla con la lengua colgante y la respiración cortada. Mata la incertidumbre: claro que trae orgullosa su arquetípica blusa rayada de todos los conciertos. “órale, que chido con la música electrónica. Ahora sí podré hacer mi famoso paso de robot”; como siempre, Karla.
Nueve cuarenta y cinco. Hace cuarenta que Kraftwerk terminó. Buen número el de los cuatro alemanes mitad hombre mitad robot. Los técnicos se llevan casi una hora en montar el escenario, Areli ha ido cada diez minutos al baño por los nervios. Todos fumamos masticando la colilla, pues sabemos que en cualquier momento…
Se apagan las luces y se hace la música. Sin saludo de por medio, sin “buenas noches mexicou”, la banda más importante de las últimas décadas comienza a tocar. El Foro se convierte en el escenario de una ceremonia que no olvidaremos jamás. Todo un mundo fascinante de armonías se despliega ante nuestros oídos. Las cuatro horas de fila por un boleto, los meses de espera, la noche de semivigilia que pasó Areli un día antes por la emoción, todo, absolutamente todo, ha valido la pena, pues al fin estamos ahí, atónitos, casi en trance, y entre rola y rola adquiero conciencia de que estoy en un concierto que hará historia; imagino que así se habrán sentido quienes vieron a Queen en aquel concierto legendario de Puebla y es Are quien me saca de la ensoñación cuando se prende a mi cuello con tal fuerza que me hace daño. Sus uñas se clavan en mi brazo, las piernas se le vuelven de papel. Ilse me mira con ojos desorbitados y contiene el llanto, mientras yo me limito a admirar con reverencia a los tales reidiojed. La luna brilla tenue con un amarillo ocre por encima del escenario; en un momento desaparece y poco a poco, despacio, resurge, con un fenómeno que no atinamos a explicar. Internamente pienso que la luna, como Areli y como mi hermana, es otra gran fan que no puede contener su emoción.

4 comentarios:

  1. Bueno

    pues creo que esos muchachitos tienen futuro
    como que pintan para brillar pronto

    jeje

    chido varil y coqueto el blog
    ya me puse como seguidor

    la vemos pronto

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  2. de lujo!!!chulada!!!
    sólo faltó:
    1.la ola monumental unos momentos antes de empezar...
    2.ese gordito vacilador de enfrente...
    3.y que cara casi enseña chichis en la foto de las muchachonas de la otra fila...
    jajajaja!!!
    lo recuerdas?
    gracias!!!

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  3. ¿Qué puedo decir? ¿Me imaginas escuchando el concierto de mi vida sin ti? Fue lo que fue porque fue contigo. El concierto de mi vida, con el amor de mi vida. Si no hubieras estado, y si me hubiera tocado el segundo concierto, capaz que lloro con "creep"...

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  4. Ay sí... mucho amor de todos los comentarios!!

    Pero qué hay del paso del robot!

    Estoy segura que en su próximo concierto lo usará el Tomyork para bailar idioteque!

    Graaaaan post!

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