jueves, 11 de marzo de 2010

tregua

Tras tantos y tantos días de salvaje batalla, acaso por fatiga, acaso por retomar fuerzas para poder blandir nuetras armas con aún mayor violencia, ambos bandos acordamos una tregua el día de hoy, un espacio para ahuyentar a las negras aves de rapiña que picotean los despojos de nuestros muertos, para enterrarlos en ofrenda a dioses crueles y dejar el campo listo para la guerra. Mañana.
Descansamos de todo el desgaste que ha dejado la lucha y de la nostalgia de recordar que algún día fuimos felices. Mientras lamemos nuestras llagas percibimos la desolación que pesa en esta tierra yerma y lloramos al mirar los días que han quedado atrás. Lloramos por todos los momentos en que fallecimos y resucitamos, con más dolor por la última herida, por la nueva herida mortal que se sumaba a las anteriores. Lloramos por todo lo llorado, con el mazo y el escudo que se escurren de nuestras manos acabadas. En esta guerra inmisericorde hemos perdido demasiado, amigos que han caído con nosotros, nosotros que hemos caído junto amigos. Se ahogó el canto en sangre y se perdió el color entre tanta oscuridad. Perdimos nuestros hogares, abrasados por el fuego y el odio. Perdimos el ayer y el mañana, cuando la memoria y la esperanza fueron sacrificadas y devoradas por los perros, una junto a la otra. Nuestras insignias nos fueron arrancadas, y las hazañas y derrotas que eran nuestra vida se fundieron en una historia hoy por todos olvidada. Nos perdimos a nosotros mismos, y así lo hemos perdido todo.
¿Que importa saber quién empezó esta guerra? ¿Que relevancia tiene enumerar razones y deslealtades cuando los hombres han dejado de ser hombres y el mundo se ha terminado? Nada importa ya si se ha perdido la última semilla, si la palabra es sólo mentira; nada si el agua ha dejado de calmar la sed, si el viento se ha vengado de nuestra intransigencia negándonos el consuelo de su caricia, si el sol se ha hundido en la melancolía de la tierra para no emerger jamás. Ahora sólo nos queda seguir peleando, morir mañana una vez más al caer atravesado por la ciega furia de la lanza, y después levantarse, con otro dolor monótono, para empuñar la espada y matar a otro que también se levantará, con el mismo cuerpo ajado, pero con la mirada aún más triste, tan triste como la nuestra.
Mañana continuará esta absurda batalla, para ambos tan perdida de antemano. Mañana nos batiremos de nuevo contra la tristeza, con garras y dientes, aún sabiendo que la victoria jamás compensará nuestros sufrimientos. Pero hoy, hoy podemos sentarnos sobre el barro y buscar ese espacio donde no se siente nada, ni alivio ni dolor, sólo algo parecido al reposo que trae la inexistencia. Hoy aceptamos la suerte que nos ha tocado y afilamos la obsidiana, con serenidad, con paciencia, aguardando la ira del nuevo día.
Anales de las guerras eternas. Año ocho caña

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