viernes, 6 de agosto de 2010

diatriba contra las historias de triunfo, o Grand y las trampas de la fe

Sabiduría de las enseñanzas homéricas: las historias de fracasados son las mejores. Las de triunfadores, con sus protagonistas tan perfectos, tan valientes y buenos y pulcros y bien planchados, son lineales, asquerosamente predecibles, y siempre tienen ese hediondo tufillo de superioridad. Las historias de triunfo exhiben satisfechas la zanahoria con la que guían al lector por la senda de la virtud: esas bellas lecciones de vida que ponen al optimismo y la actitud positiva como los remedios infalibles. Las historias del fracaso en cambio, dejan que el individuo se pierda en las aguas turbias del azar, aferrándose al madero que encuentre, equivocándose, tropezando, tan vulnerable y humano. Para mí esas son las imprescindibles, con sus páginas plagadas de aventuras fallidas, de proezas enanas y victorias ajenas. Las historias de fracasados no tienen pendones ni trofeos, no hay close up al rictus de dolor del protagonista un segundo antes de que aflore el heroísmo; por el contrario, el tipo nunca rescata a la chica ni gana una pelea, no huye del ridículo y no vive hambriento del aplauso, sólo vive, cargando con sus múltiples defectos, paseando su desgarbo bajo las tardes de lluvia, tranquilo, sabiendo que ya vendrán tiempos peores.

Los triunfadores y sus cuentos son tan parcos, tan insustanciales, porque tienen el camino trazado; no se equivocan porque no se dan el lujo de tomar una mala decisión. Las historias de fracasados narran las vidas de héroes mitológicos que nunca lograron engañar al cíclope,  de esos que pudieron hacer las cosas distintas, pero se saben sujetos falibles y así deciden y deciden mal. Por eso cuentan los desatinos de aquellos que miraron a los ojos a Medusa y que alguna vez intentaron seducir a las sirenas con sus cantos desafinados. Son historias pobladas tan sólo por personajes secundarios, pero por ello más auténticas, más cercanas. Sus protagonistas se revuelven entre miserias y dramas ridículos y sueños pequeños y asaltos fallidos; tipos mundanos que, a su modo extraño y particular, lograron ser un poco héroes, porque han vencido la vergüenza y la vanidad, y han aprendido a levantar su copa y brindar igual en la fortuna que en la adversidad.

Ahí está el tipo parado en medio de la estación desierta o viendo como se le esfuma la vida detrás de un escritorio. Sabe que la partida está perdida de antemano, pero eso no lo disuade de regresar a la mesa de juego y apostar la poca necedad que le queda, tener un par bajo, doblar la apuesta y seguir burlándose del infortunio. Así le corre la vida, desprovista de esperanza, pero impulsada por la curiosidad de saber ahora qué se le vendrá encima; con el ánimo de pensar que la dignidad no es una condecoración refulgente que se lleva en el pecho, sino una pequeña medalla de latón, abollada y oxidada, que se carga con cariño en el bolsillo del traje gris.

Así es la historia de Joseph Grand, un nombre secundario en La Peste. De apariencia modesta y trabajo en una dependencia fantasma, aislado por su torpeza con el lenguaje, Grand encarna la derrota, la fe perdida y la vida que se detuvo en un momento, sin que el cuerpo se le enterara. Pero continúa peleando, noche tras noche, pensando en la mujer que le ha olvidado y soñando con escribir. La obra de su vida se reduce a una sola línea, que por supuesto resulta anodina, pero él continúa siempre, buscando el adjetivo preciso, repitiendo una y otra vez el fracaso. Y sin embargo, dice el doctor Rieux sobre él, "era uno de esos hombres, tan escasos en nuestra ciudad como en cualquier otra, a los que no les falta nunca el valor para tener buenos sentimientos". Esos son los imprescindibles. 

3 comentarios:

  1. Justo ayer mirando la televisión, como buena maniática del control, saltaba de canal en canal (bendito cable con tantos números que me permiten ejercitar mi pulgar) y en una de esas encontré Tokyo Sonata, de Kurosawa; a menudo uno piensa que quiere ser alguno de los personajes que ve en las películas, en esta, honestamente no envidiaba la suerte de ninguno, pero terminé admitiendo que soy todos ellos,había uno en particular que se parece mucho a este Grand, decía que fracasaba en todo, hasta en ser ladrón, por ahora no lo he intentado porque para robar me imagino hace falta algo, no se que será; pero si que me gustaría tener valor, y en especial ese que pones ahí.
    Por cierto estuve en nuestra banca y te tuve muy presente, fue una linda tarde, como la última vez.
    Te mando abrazos grandes y dulces (por aquello del azúcar) sos un imprescindible mi Danielo. Chau

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  2. Soy tu fans hermano.
    ¡Arriba la felicidad en la miseria! Desde lo primordial, a pesar de fallar constantemente y no cumplir expectativas se vive mejor, ¿O sólo debo decir se vive?

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  3. chelita!! por supuesto que ese kurosawa era un maestro en el maravilloso arte de relatar las historias del fracaso. que estupenda observación; prometo que veré la peli al menor descuido. y creeme que si conozco a alguien con el valor de tener buenos sentimientos, esa sos tú. abrazo recio.
    ga, supongo que sólo se vive, pero después de tanta experiencia fallida se acaba por agarrarle el gusto a seguir dando la batalla aún desde la trinchera más pinche. bendita necedad. y mientras seguimos bailando. abrazo ga

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