Carajo, lo mucho que me gustaría tener algo que escribir, alguna idea medianamente jocosa que me tirara de la mano y me sacara dos líneas por lo menos bien articuladas, pero no la hay, y el post 50 sigue esperando. Entre la bulla de los días pasados quería contar cómo la banda se tomaba las calles el 14 de septiembre, danzando con sus chavitos del brazo en medio de los vendedores ambulantes de Madero, tan sólo para que los chamacos contemplaran el alumbrado del zócalo, de ese zócalo que les estaría prohibido al día siguiente. Disfruté tanto esa tarde, despachando unos esquites y deambulando entre el leperaje que ha resistido cien y doscientos años y más, con el orgullo de ser de los de a pie, de los que tampoco entrarían a la plaza, y con mi propio ñamñito que contemplaba admirado tanto foquito, que al final no pude traducirlo a palabras.
Después se vino una celebración mítica, los cien años de la madre de este país, la bella Universidad Nacional Autónoma de México, y el gozo y el orgullo me abrumaron hasta pensar que no había más que anotar que la UNAM es un amor para toda la vida, como lo siente cualquiera que haya pasado por ahí.
Y hoy, cansado de tantas horas iguales frente a la máquina, sólo espero ver salir el sol, que a pasos lentos se viene insinuando en este cielo parduzco, sin tener nada que decir. Es este el momento en que queda en la cajetilla el último cigarrillo, en que ya no tiene caso pensar en la siguiente taza de café, cuando se está molido, con la espalda partida y el estómago destrozado y los miembros entumecidos por el frío y la monotonía, pero con la fatiga que se disuelve en un extraño sentimiento de satisfacción por haber avanzado un par de pasos en la batalla de la tesis. Comienza a clarear, en el mundo despiertan despacio los sonidos de la vida cotidiana y las sombras, que me acompañaron la jornada entera, por fin se largan a dormir.
Arde la braza en la punta de este último sobreviviente. Es el principio del fin y yo no he dado con algo que justifique un post. Sólo tengo una idea en la cabeza, la de que esperan muchas noches como ésta, de letras cansadas y sabor metálico en la boca, y no se si podré soportarlo. Tengo miedo, demasiado; tengo la voz de mi asesora preguntando ¿sabes lo que es trabajar bajo presión?, pero también tengo la sonrisa que le he arrancado con la noticia a un puñado de seres imprescindibles. Por más increíble que resulte, cuando no había para donde tirar, se ha presentado un nuevo anzuelo para la curiosidad: un doctorado. Quien lo diría.
Me rindo, el post 50 se irá sin nada que decir. Ya debe haber una tiendita abierta y se me ocurre un café. Sale el sol.