domingo, 11 de noviembre de 2012

refundación

Hace tanto que no experimento esa dulce sensación de subir un post. Hasta hace poco más de un año conservaba el placer de escribir alguna cosa, de jugar a leer y ser leído por algún visitante accidental, y después simplemente el blog se me perdió. De hecho se me perdió mucho antes, cuando pasó de ser mi agradable rincón de vanalidades a ser un pequeño muro de los lamentos casero. Que nauseabundos suelen ser los clichés, pero lo cierto es que yo soy la personificación de uno de los peores: la gente sólo escribe cuando se siente de la mierda. Sí, es algo tan ordinario, pero es tristemente real.
En el 2010 subí una buena cantidad de posts, buena por lo menos para alguien que por naturaleza tiene tan poco por decir. Fue una época compleja, uno de esos años que no se deben ni se pueden olvidar. En esos días aprendí al fragor de la batalla lo que era ser un forastero en su propia existencia -la frase, genial, es austeriana-, y me vi como ese pescador sin sombra de Wilde, dando tumbos por una ciudad ancha y ajena. Después escampó, y los melodramáticos tormentones cedieron su lugar a días con sol de abril. La vida, que se me había detenido, volvió a echar a andar, ahora en un doctorado y con la maravillosa complicidad de una mujer excepcional. Así, por el tiempo perdido que comenzó a escasear drásticamente y por la alegría que de buenas a primeras abundó, solté las amarras del blog.
Durante este largo distanciamiento, de tiempo en tiempo me asaltaba la nostalgia por subir algo, pero nada más esbozaba un par de líneas de inmediato caía en la cuenta de los múltiples y muchas veces escandalosos defectos de mi escritura, de las fórmulas trilladas a las que siempre recurría y de lo ridículamente acotado que era y es mi vocabulario. Decepcionado, acababa sepultando esas dos líneas insulsas en el tiradero de los borradores para no verlas jamás, y así se me apagaron las pocas intentonas de volver.
Pensé también que este blog había cumplido su tiempo de vida, que habían cambiado tanto las cosas, habían desaparecido los que eran sus poquísimos lectores y había desaparecido aquel que escribía, por lo que tal vez lo correcto era comenzar de nuevo por el primer post, cambiar de casaca y subir al montículo para hacer el lanzamiento inaugural tras una temporada perdedora. Pero eso significaba perder viejas letras, y con ellas perder el pasado que, bueno o malo, es el único que tengo. Así que no, carajo, no. Por más que este blogsito humilde se me haya ido a la mierda, prefiero recomenzarlo con todos sus defectos que empezar de cero.
Lo único que quiero decir, -decirme, pues dudo mucho que por aquí quede algún lector- es que este blog se pone de nuevo en funciones, sin patéticas disertaciones introspectivas -espero- ni mensajes en botellas. Tampoco se encontrarán sesudas reflexiones literarias, estampitas filosóficas o agudos análisis sobre el ser y la nada, no, ni madres. Las disertaciones cultas con toda su pedantería, el iluminismo de acera y el profundísimo profundismo lo dejo en manos de otros más entendidos o más impúdicos.
Aquí sólo se hallarán historias mundanas y de lo mundano, relatos chiquitos que están en cada esquina, de gente chiquita con vidas chiquitas. Se hallarán las anécdotas irrelevantes, las nostalgias y las manías, los cariños y corajes del que escribe, también, un tipo pequeño. Si están mal escritas, si carecen de sentido y de importancia, realmente me tiene sin cuidado. Vuelvo a tomar el timón de esta nave desvencijada que tanto he extrañado, eso sí, con el corazón bien despierto al viento y al aguacero.

   

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