Hace mucho que me vengo pensando ¿qué hubiera hecho yo? La duda era inevitable al imaginar con asco a todos aquellos que con su silencio fueron cómplices, que no apretaron el gatillo ni empuñaron la picana, pero que sabían que otros lo hacían y no hicieron nada.
¡Avestruz!
Anoche escuche
varias explosiones
tiros de escopeta y de revólver
autos acelerados, frenos, gritos
ecos de botas en la calle
toques de puerta,
quejas, por dioses, platos rotos
estaban dando la telenovela
por eso nadie miró pa'fuera
¡Avestruz!
El centro clandestino de Virrey Cevallos era distinto a los otros que operaban en Buenos Aires en los años de la larga noche. No era una gran base militar, ni un cuartel policíaco, y tampoco contaba con dimensiones que lo hicieran notable como el Olimpo o el garage mecánico de Automotores Orletti. Era sólo una casita cualquiera, tan común y corriente como las demás en el céntrico barrio de Montserrat, a unas cuantas cuadras del Congreso. "Casi" tan común, salvo por esos Ford Falcon que se pasaban el día entrando y saliendo. "Casi" tan común porque con los autos entraban y salían tipos de trajes igualmente grises, mala cara y pelo a lo milico, que por la mañana llegaban y que salían a la misma hora de la tarde, cada día, con una regularidad imposible de ignorar. Algunos vecinos, viejos moradores de la cuadra, respondieron cuando se les preguntó, años más tarde, que nunca vieron nada sospechoso, como si los autos, los tipos o el par de hombres que siempre se alcanzaban a distinguir, fuertemente armados custodiando al otro lado de la ventana, fueran la decoración habitual en el vecindario. Vecina, vecino ¿es que acaso no tiene su propio malencarado, plomo en mano y pelo al ras, cuidando su puerta? ¡que extraño!
Es absurdo, lo sé, es estúpido y anacrónico, bien me lo sé, pero es humano preguntarse si hubiera tenido las agallas para no callar. Lo es si se piensa en aquellos que fueron forzados a decidir, en esos vecinos a los que no me atrevo a juzgar. No había frente a quien denunciar, no existía más camino de protesta que la militancia y la clandestinidad, jugarse el pellejo y el de los tuyos. ¿Se puede reprochar entonces a todos aquellos que con su silencio fueron cómplices? En ese centro clandestino de detención y tortura camuflado de casita suburbial en la calle de Virrey Cevallos al 628, habían apenas un par de celdas diminutas, la salita de los suplicios y una sala comedor y de juntas, donde el grupo de tareas planeaba las detenciones del día. Sólo era una pared lo que dividía el infierno de las torturas y el confort del departamento donde vivía un matrimonio con su bebé. La pareja, desesperada por los gritos incesantes que habitaban al otro lado del muro, decidió largarse, escapar y tratar de imaginar que la vida podía seguir, que su hija podría crecer en un mundo sin muros y sin gritos de sufrimiento. ¿Podían hacer algo más? Como ellos largó el hombre que vivía frente a la casa, cuando asqueado por la culpa, por la impotencia, vendió el departamento y rajó. ¿En su silencio y su huida cargaron con esos treinta mil desaparecidos?
Elija usted en cual de éstas muertes se puso a pensar...
Todos sabían lo que pasaba en esas mazmorras, y agachaban la mirada y aceleraban el paso y apretaban un poco más fuerte la mano del niño cuando pasaban por enfrente, sin poder evitar la desagradable sensación del vello que se eriza, la sangre que palpita en la sien, el lenguaje corporal del miedo. Claro que habían los que pasaban y pensaban para sus adentros "algo habrá hecho", "se lo merece, comunista de mierda". Dichosos los indiferentes, los que lograron burlar las trampas de la consciencia, porque de ellos sería el reino de la noche. Esos dormían tranquilos.
Y no es el que duerme tranquilo
después de asesinar sin saber
Y ríe en su casa
Con el cuerpo limpio de muerte
En su espalda
Los que tuvieron que decidir entre el silencio y la acción también fueron víctimas, pues no tenían opción... ¿o sí?... Sospecho que esos no dormían, preguntándoselo, y así siguieron la vida, revolviéndose entre las sábanas, sin atreverse a dar una respuesta.
después de asesinar sin saber
Y ríe en su casa
Con el cuerpo limpio de muerte
En su espalda
Los que tuvieron que decidir entre el silencio y la acción también fueron víctimas, pues no tenían opción... ¿o sí?... Sospecho que esos no dormían, preguntándoselo, y así siguieron la vida, revolviéndose entre las sábanas, sin atreverse a dar una respuesta.