jueves, 3 de marzo de 2011

minería 2011, sobre lo aburrida que es una feria de libros sin plata y sin agallas para robar

Como sucede cada año, al salir de ahí, con las pocas y humildes presas que logré cazar -y que seguramente no habré de leer, como ha sucedido con las presas de los años anteriores-, prometí al cielo no volver el año siguiente, ritual que también se repite cada año. La feria del libro de Minería es la mayor cita editorial para esta ciudad, superando en glamour a la feria del zócalo, más linda porque se puede fumar, y a las pequeñas ferias de saldos que de un tiempo para acá viene organizando Paco Taibo, y para los parias que no contamos con la plata suficiente para pagarnos la vuelta a tierras cristeras, significa la mejor alternativa para practicar algunas horas el bello deporte de morbosear libros, meterle mano a un par, y devolverlos al estante preguntando cómo mierda piensan las editoriales que les podría pagar semejante suma.
Como cada año, tal vez atraído por las muchas y los muchos que se apelotonaban a la entrada, palpé en mi bolsillo trasero el par de billetes de baja estofa que traía, espanté de un manotazo el recuerdo de la promesa que formulé la última vez, y me deje llevar por el canto de las sirenas editoras. De nuevo el inmenso stand de la unam, sólo atractivo para los entendidos; de nuevo el patio central con los grandes dinosaurios: Alfaguara, Océano, Grijalbo y vainas similares, de nuevo todo. Una vueltita rápida por los libros de academia, nomás por no dejar, y rápido lanzarse a los sitios de saldos. Ya se sabe que Siglo XXI siempre saca vejestorios nada despreciables de sus bodegas, que Planeta monta en un rincón una mesa de saldos, que Proceso pone las ediciones especiales diez varos por debajo y que en un pasillo hay un hombre gordo de gafas que remata una ensalada de cosas publicadas por Mondadori, así que sin dilación me encaminé en la peregrinación de los saldos y piojitos, únicos materiales accesibles para un bolsillo con más sueños y buenas intenciones que monedas.
La primera escala cumplió con lo previsto: tres mesas llenas de viejos estudios sobre movimientos sociales, libros de economía (zzzzzz) y uno que otro remilgo decente. En los muros, libros bonitos por los que esperaré diez años hasta que Siglo XXI los coloque en la mesa para mortales, bajo el cartelito amarillo de "ofertas". Segunda escala: Planeta. Entrando, inmediatamente a mano derecha, una veintena de títulos de Seix Barral España, interesantes y ridículamente caros, que me hacen imaginar que, por ese precio, seguro un tipo los trajo a nado por todo el Atlántico. Hola y con permiso, que mi cita está al fondo, en la mesa de sal... ¿y la mesa de saldos? ¡hijos de la chingada!, esta vez no les dio la gana sacar libros para los de a pie, y donde en años anteriores estuvo alguna cosa de Bioy Casares, de Kawabata o algún somnoliento título de historia de Crítica en cuarenta varitos, ahora no había más que bestselleros. Va ojetes, esta no se las perdonaré.
Me recobro como puedo y con mi presupuesto ridículo subo a ver a los de Proceso. Con ellos no hay falla, son banda. Bajo y veo al gordo de gafas, fiel a la cita, con su revoltura de feng shui para el baño y superación personal, pero que no deja de tener alguna cosa interesante medio escondida. Para mi pueril poder adquisitivo ahí acabó la feria. Lo demás fueron pasos ociosos entre precios de primer mundo. El pabellón de la belleza con Acantilado, Siruela y Anagrama, reservando sus encantos para billeteras más gordas y cultas que la mía; la galería de arte en las portadas de Alianza, la letra gourmet de alguna editorial española ($350 por una pequeña edición muy mona de El fantasma de Canterville, jo! supongo que lo editó el mismísimo Gutenberg en persona) y sefiní. Alfaguara con sus montañas de lo mismo pero más caro, Océano con su catálogo aburrido y a precio de oro, Tusquets con la nueva de Murakami, al mismo precio que en Gandhi. Chido. 
Salgo a la calle con un librito sobre la cultura del 900, para enterarme de quien era el tal Joyce, el tal Musil y demás tales, un libro sobre los últimos conocimientos que se tienen sobre el sueño y otro de Pérez Tamayo sobre enfermedades viejas, mis salditos de Siglo XXI, y al mirarlos me pregunto si alguna vez en la vida los leeré. Conozco la respuesta. Creo que lo único que leeré son las memorias de Elenita Garro sobre la España del '37 y el de Fresán que rescaté entre los tratados doctorales del feng shui y dietas milagrosas sin dejar de comer. Caigo en la cuenta de que antes las ferias eran más chéveres, porque guardaban la expectativa de un posible robo furtivo, de esos tres segundos de descuido en que me podía hacer de alguna cosa, pero ahora soy más veterano, más cobarde y pusilánime. Me resigno, levanto a los cielos la mirada y el puño, y en silencio me prometo que no volveré al siguiente año.

                  

2 comentarios:

  1. Mi hermano, yo por eso a pesar de las ganas, mejor no asistí, no fuera a ser la de malas de regresas con el ánimo caído.

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  2. Eso te pasa por no esperar a la experta de las ofertas bibliográficas, ahora te toca aguantar al otro año con el puño hacia el cielo y rogar para que nos podamos acompañar en la próxima cita... ¿y la mesa de saldos?

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