jueves, 10 de marzo de 2011

crónicas del expreso doble

Aburrido de estar aburrido se me ocurre que me gusta una chica. La puedo ver algo difusa, cuatro mesas más allá. Es un perfil, una piel que luce delicada y un lindo cabello del color de la noche. Es tan sólo eso, una chica más sentada en un café, sin rostro ni nombre, de la que sólo sé que es delgada y que me gusta la manera en que coloca su mano izquierda en el aire, sobre la nada, como acariciándola con esa indiferente suavidad. Me ha gustado esa mujer que es como cualquier otra, sin que me importe conocer la silueta de sus labios o el color de sus ojos. No me ha atraído por ser particularmente linda o notoria, sino solamente por esa manera en que descansa los codos sobre la mesa, mientras conversa con su amiga frente a una taza de café. Se la ve tan relajada así, tan propia en el cotidiano ejercicio de llevar la vida y dejarse ir en sus aguas. Acaso me he enamorado en estos pocos minutos, otra vez, como tantas otras, cumpliendo la rutina de enamorarse y abandonarse en un simple trayecto de autobús, en un simple cruce sobre la acera o en cualquier otra situación igualmente absurda. Pero no soy tan estúpido como para ignorar que no me he enamorado en absoluto, y que lo único que sucede aquí es una vuelta de tuerca más al inocente juego de imaginar lo que podría ser y no será. Ahora mismo podría levantarme y sortear la azarosa travesía de los seis metros que me separan de su mesa, con pasos torpes que mal intenten simular seguridad, llegarme hasta ella y mirarle a los ojos. Tal vez sea ese el momento en que, por primera vez en la vida, tenga algo inteligente que decir, en que asome a mis labios la frase correcta, el encantamiento que logre mover la roca a la puerta de la cueva. Tal vez, imagino con cándida imbecilidad, mi grisura encierre algo que le pueda despertar curiosidad. 
Comienzan a levantar las mesas, el café está a punto de cerrar y nuestra historia se despeña en la inminencia del olvido, nuestro romance que sí, fue un tanto breve, pero no por eso ha quedado exento de un adiós tan doloroso como el que más. Me quedo inmóvil en mi silla, preguntándome qué fue lo que falló, rebuscando en los detalles de nuestro pasado qué fue lo que hice mal. Supongo que el primer error y el más grande de todos los que cometí con ella fue enamorarme de un perfil un cabello y una mano; el segundo, no habérselo dicho. Dejo unas monedas sobre la mesa y salgo a la calle solitaria sin mirar atrás.    

4 comentarios:

  1. no mucho que decir mi adorado hermano... sabés de sobra que los tiempos tampoco me sonríen en cada esquina o café... sabés bien que me cuesta...me cuesta... pero nunca está de más enamorarse de un cabello negro, de una ausencia, tal vez.

    hermano en mi clase de computación me exigieron hacer un blog, y es éste. Admito que es un poco extraño pero sólo una propuesta de algo que intenta ser mediocre y diferente...
    mil besos !

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  2. vientos milaeidi, viene bien ese nuevo blogsito, ya me di el rol.
    y claro, nada más lindo que el deporte de los amores imaginarios. es la sal y la pimienta de este cuento cotidiano.
    te quiero tanto lú

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  3. Would you believe in a love at first sight?
    Yes I'm certain that it happens all the time
    :) abrazos grandes mi Danielo

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  4. chelita, bellamente bien bajado ese balón. todo el cariño para vos

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