Cuando llegó a la casa fue mal recibida, era demasiado pequeña y demasiado poodle: en su origen la pobre traía el estigma de esos perritos mamones y absurdos. En realidad fue bien recibida por todos, sólo a mí me resultaba detestable. Esa chingadera ni es un perro, mira, a la primera se pierde debajo de algún mueble, le decía con sorna a mi hermana, quien la había llevado cuando una maestra de la primaria se la obsequió. ¿Y cómo se llama esa chingadera? Donna ¡mta, sólo le faltaba un pinche nombresito mamón!
A los pocos días de su llegada debutó mordisqueando un libro de Jordi Soler que había dejado sobre el sillón la madrugada anterior. En el momento lo tomé como una provocación directa y una agresión contra la novela que me iba gustando, ¡pinche perrito caguengue y además comelibros! Ahora, casi nueve años después, creo que la novela era más bien regular y que la Nona sólo manifestó su implacable pero acertado juicio literario. Aún conservo mi libro a medio comer.
La chingaderita comelibros fue creciendo y se fue revelando como una chica lista. De Donna el nombre le fue cambiando a Domitila, como le gritaba la vieja Nata desde la cocina, y a Nona, como le llamábamos los demás cuando le enseñábamos a jugar. Entonces cambió todo. Era lista como pocas, siempre con algún truco nuevo que aprendía de inmediato y de la nada, siempre feliz de ir y venir persiguiendo una pelota. ¡La panza Nona! Y la chica se tumbaba mirando atenta, como esperando la caricia. ¡Vuelta Nona! Y sin chistar giraba la muy condenada. Igual ladraba cuando uno le preguntaba su nombre que entendía la más mínima instrucción, siempre con ese modo de mirar a uno con un extraño dejo de sabiduría y serenidad, como si entablara diálogo, como una chica algo temperamental y algo necia que exigiese ser tratada como tal, como una integrante más de la familia. Siempre supe que ella podría aprender a hablar en alemán antes que yo, que en ese estuchito de pelo corriente y ojitos vivaces se escondía una dama.
Resultó que antes de que me diera cuenta ya la adoraba y resultó también que los años fueron pasando y que nuestra chica, entre un montón de cariños y lengüetazos, se fue poniendo viejita y antes de tomar la curva final de la senectud perruna ha decidido largar. Natalia siempre decía cuando recordaba a su Tobi, un bóxer que fue el cariño de su vida, que por eso a ella no le gustaba tener perros, porque era demasiado doloroso cuando se iban. Lo decía con una tristeza que era difícil de imaginar treinta o cuarenta años después de haberlo despedido. Y como siempre, la vieja tenía la boca llena de razón: sólo quien haya enterrado a un amigo así puede comprender la tristeza de esta tarde.
esa misma que se echaba tus pies mientras hacías tesis o trabjos interminables nocturnos....... de veras me pone triste...
ResponderEliminarq hermoso recuerdo y parlamento para una mascota pero en este caso no solo es una animal si no tambien fue parte de una gran aventura como ninguna
ResponderEliminarseee, la noni se bancó muchas horas muertas en trabajos en que sólo nos acompañaba, mirándonos paciente, a la espera de un cariñito. que linda que era! aguante gordi
ResponderEliminarnaye gracias por la visita! tienes razón: esa chica fue parte fundamental de la aventura. abrazo!