Estamos hasta la madre, sí, ¿pero desde cuando? ¿desde donde? ¿Lo estamos desde los 116 cadáveres encontrados entre la desolación de San Fernando, Tamaulipas o de los 188 rescatados de las fosas en Durango? ¿desde los seis chavos que aparecieron en la cajuela de un auto en Cuernavaca y desde los cientos de "víctimas colaterales" que han caído? ¿o desde que podemos imaginar las 40 000 butacas del estadio Azul ocupadas por cadáveres? Yo estoy hasta la madre desde antes, desde que un domingo echaron a la mierda a los 44 000 trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas, no, antes, desde que una mañana me enteré que en este paisito triste se podía llamar gastritis a la violación tumultuaria de una anciana indígena nahuatl a manos del ejército, y democracia al pacto urdido en nuestras narices por una manada de puercos para arrebatar lo que no pudieron ganar en las urnas.
Bajo el sol del domingo desfilaron otros muchos miles de rostros más que también están hasta la madre. Vengo de Guadalajara y vengo a denunciar al procurador de justicia, decía la mujer que estaba hasta la madre de un Estado donde las autoridades se dedican a otorgar certificados de impunidad a violadores y asesinos. La doñita que emocionada le decía a alguien por teléfono Sí, ya saludé a Granados Chapa y aquí está Ricardo Rocha, tal vez estaba hasta la madre de ver su televisión tomada por supuestos líderes de opinión y analistas políticos vestidos por el mismo traje de la abyección y el cretinismo. Entre esos amantes de las marchas por la paz con playeritas blancas y globos blancos con dibujitos de palomas, esos que en cada convocatoria por el estilo sacan a pasear sus perritos y sus ideologías también tan blancas, que están hasta la madre de vivir con miedo a que les roben la camioneta, pero también están hasta la madre de las manifestaciones de mugrosos que les bloquean las calles, esos que marcharon con sus pancartas iguales que decían "No más sangre. Narvarte" para refrendar que se marchaba juntos pero no revueltos, también entre esos caminaban miles de chavos hartos de saber que en este país ni estudiarán ni trabajarán. La pareja que sostenía una manta con un stencil que mostraba a dos granaderos golpeando a un tipo y con la leyenda "Bienvenidos a México" seguramente estaban hasta la madre de que aquí se trate a los migrantes del sur como a perros sarnosos, de que las propias autoridades del Instituto Nacional de Migración trafiquen indocumentados con los cárteles de la droga.
Las mujeres que se bancaron los kilómetros y el sol caminando envueltas en rojas faldas de lana estaban hasta la madre de tener que soportar la vergüenza de hablar su lengua frente a los blancos, de vivir a infinitos kilómetros del hospital más cercano, de ver morir la tierra y talar los bosques, de tantos y tantos siglos de colonialismo y marginación, de masacres que no salen en el noticiero de la mañana, de vivir bajo el terror de los paramilitares y la explotación y el despojo de los caciques. De que les escupan a la cara con desprecio. ¿De qué estaba hasta la madre ese hombre, harapiento y sucio, que sentado en la acera aplaudía y gritaba contento al paso de la masa ¡Gracias por venir, gracias por marchar porque sólo así se puede!? Lo estaba de la asquerosa miseria, de no tener nada y de ser tratado como nada. Y la doña con la cartulina donde escribió una frase del Che, ¿no estaba hasta la madre de haber visto como la canasta básica se redujo a un cuarto de lo que era hace cuarenta años? ¿y su esposo, con su cartulina y su frase de Brecht, no está hasta el carajo de una sociedad donde después de los cuarenta años la gente está condenada a morir de hambre al ser rechazados en todos los empleos? Seguro que sí. Como es seguro que la impunidad vibraba en el silencio de la ira contenida de los viejos del comité 68, hasta la madre de pelear por más de cuarenta años para exigir justicia, hasta la madre de extrañar a amigos y familiares asesinados por los mismos que después integraron el crimen organizado, fundadores de la pesadilla actual.
En una marcha encabezada por la voz doliente de un padre, un poeta, confluyeron tantas razones distintas, tanto hartazgo que tal vez se pueda condensar en algo: la inmoralidad. La inmoralidad de una clase politica que traicionó el contrato social, la de una economía que mata más por hambre y por enfermedad que las propias balas, la inmoralidad de una sociedad racista y excluyente, la del silencio cómplice, la de la riqueza ilícita, la del conservadurismo mojigato, la de quienes torturan, desaparecen, ejecutan, la del cinismo, la del olvido. La inmoralidad de todos los que, con sus actos y omisiones, nos quieren condenar a vivir sin esperanza. De esa estamos, estoy, hasta la puta madre.
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