Hay noches que sin grandes aspavientos, sin como ni porque se convierten en risas a solas, en cigarrillos alegres y pasitos de baile de salón. Se transforman desde la sombra de la rutina en ceremonias de vida, en alegría que se comparte en espíritu y a la distancia. Esta noche es así, ¡esta noche París es una fiesta!, grita con voz en cuello un Hemingway que se emborracha en la barra; esta noche es de frac y de orquesta, del viejo Frank dedicándole canción tras canción a mi vieja, de Miles tocando como nunca 'Round Midnight. El radiecito suena que suena, acompasando las fantasías y las letras, y en la madrugada dos jugadores se encuentran sobre la vieja tabla de ajedrez, se traban en una lucha física sin siquiera tocarse. Reparten los movimientos en una lógica especial, capricho de la maravilla en que se ha convertido esta velada, intentando sorprender al otro pero cayendo vencidos una vez y otra más. Un peón que se adelanta, una mano casi a punto de rozar la otra, un caballo que rodea y envuelve, y un rey y una reina que vencen y rinden la plaza a merced del enemigo.
Esta noche es de gatos enfurruñados, que de pronto arañan y celan, de bocinazos disueltos en la lejanía, de besos y abrazos dejados un poco a la deriva, casi sin querer, como pistas sobre el mapa de la aventura. Los pies marcan el compás de la batería, la expectativa aumenta en cada moviemiento, y en medio de una pieza lenta irrumpe un saxofón como una gran ola que estalla al filo de los acantilados: ¡el lugar todo se convierte en un gran derroche de vida! todo es una profusión caótica de colores y texturas y por los sentidos desfila el carnaval...
Todo pasó en un instante, estremecedor y casi insoportable. Pero la mar debe regresar al horizonte en la ola que se va. Las luces se adelgazan, se agotan de tan tenues. Una sonrisa de mujer alumbra por un segundo un rincón de la noche, una sonrisa de despedida. Sobre la pista sólo quedan las últimas parejas bailando a media luz, sin apenas mover los pies, revueltas en la cadencia de un abrazo que durará la madrugada. La música es ahora apenas un soplo en el corazón del radiecito. Se enciende un cigarrillo y el fulgor de la braza se pierde por un sendero de la noche...
Uy, el final es harto ambiente kumbalesco. Vientos.
ResponderEliminarambiente chabocho, pa hacerla chiquita pues. abrazo ga, y respetable damita que la acompaña
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