martes, 26 de enero de 2010

paseos de tarde y luz

Caminar, caminar... implorar porque el izquierdo siga la inercia del derecho, otra vez, uno más, esperando que a ninguno de los dos se les ocurra preguntar el destino.
Sólo no se detengan le pide a esos pasos grises, gastados de tanto andar; monótonas repeticiones como ecos de otros pasos exáctamente idénticos, pasos de ayer, tan añejos y herrumbrados como estos. Pasos para no pensar, pasos como antídoto que combate la asfixiante inmovilidad que lo elimina. Como todo antídoto, a cada dosis pierde efectividad, pasos pasos, y ahí vienen de nuevo esas ideas que no conceden tregua. Andar despacio, mirándose los pies como si se tratara de los pies de otro, de alguien que sabe a donde se dirige. En un punto levantar la vista para ver el sol y los árboles y los vendedores de globos y la gente comiendo helados, mientras avanzan con otros pasos tan distintos, con los pasos desenfadados de quienes se saben parte de algo. Todo eso resulta tan lejano e incomprensible, tan ajeno a estos pasos que deambulan como buscando el camino que extraviaron hace tanto.
Los pasos se han perdido, y sin sorpresa perciben en algún punto que han caído en el lugar donde pasaron hace un momento, que están de vuelta en niguna parte.
Pasos viejos, pasos de viejo, que se arrastran barriendo el polvo de las calles, pasos que pretenden sentir que avanzan, que planean la huida frustrada. Pasos pasos pasos, las manecillas se han olvidado de caminar. Pasos pasos, de golpes sordos que retumban en horas y tardes vacías, pasos pasos pasos, en el aire, en la nada, pasos que rebuscan consuelo en las ruinas de rutinas destruidas, pasos pasos, izquierdo, derecho, pasos pasos, sin ton ni son, sin tonada ni compás, pasos pasos, pasos con tristeza de antiguos desterrados que marchan al exilio, pasos lentos que avanzan al cadalso, pasos pasos, ajados pasos del evadido de Egipto hace ya cuarenta años, pasos anónimos, pasos carentes de toda curiosidad o asombro, sólo pasos que patean el desconsuelo, pasos de ritos olvidados, de oraciones huecas, esos pasos que se pierden en calles de agua como rústicas balsas a la deriva, pasos pasos, ¿donde mierda se puede encontrar un gramo de voluntad? pasos de ciego, pasos de sordo, pasos de solo, sólo pasos.
Caminar por esta ciudad vieja, en esta ciudad irreal, como el fugitivo en la isla de Morel, sin tocar ni hablar con nadie, pues nadie existe en realidad.
De pronto, alguien extrañado se vuelve a mirar. Juraría que ha escuchado el eco de unos pasos, pero al mirar no encuentra a nadie.

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