miércoles, 20 de agosto de 2014

lienzo


colguemos fotos mujer, comencemos a ponerle viñetas a este cuento. yo te ofrezco una pared tan blanca como un lienzo, en ella colgaremos algunas fotos del pasado, de esos momentos que traemos de cuando las líneas de las manos no se nos habían vuelto una misma, y así como las líneas se fueron acercando tanto que han logrado confundirse, así las imágenes se irán fundiendo sobre esa tela blanca, para contar la historia compartida, y con ellas la vida se nos convertirá en una obra de arte.

martes, 3 de septiembre de 2013

apocalípticos e integrados

No te conozco. No tengo tu nombre ni tu rostro, ni el timbre de tu voz. No sé tu equipo de futbol ni qué era lo que realmente querías estudiar y no pudiste. No sé si para ganarte la vida tienes que levantarte a esas horas en que el grueso de la ciudad aún duerme, si soportas el frío y la soledad de una madrugada tan idénticamente gris a cualquier otra, si eres uno más de los rostros tristes y adormilados que se apilan en los vagones de ese metro imposible, o si por el contrario viajas cómodamente a un trabajo con ese salario que te permite las mieles del lujo y el status. No sé si para ganarte unos cuantas monedas tienes que arremeter contra el vecino de la colonia jodida de junto, con esa pistola en la mano aunque sin balas, porque no te alcanza para pagarlas, no sé si eres aquella mujer que barre paso a paso las calles de la ciudad, si tienes que instalar tu puestito en la esquina cada mañana o si en esas mañanas vistes un traje elegante cortado a tu medida. No sé nada de ti, bueno, casi nada.


Anoche me fui con eso a la cama, con eso y con la aprobación de la reforma educativa que los diputados pactaron y urdieron como cucarachas, en otra madrugada y otro madruguete, otra vez, hijos de la gran puta. Me fui a pensar en marchas tan sufridas como inútiles, en este país único en el mundo en el que pueden salir hasta dos millones de personas a reclamar la injusticia y nada sucede. Hoy desperté dándole vueltas al asunto, mientras corría con la taza de café frío y el cigarrillo en ayunas a ver en las pocas noticias fiables las huellas de la batalla de ayer, las listas de detenciones arbitrarias, los ahora habituales grupos de choque infiltrados en las marchas, y los miles y miles de maestros y civiles que una vez más hicieron valer su derecho a tomar las calles y gritar las verdades de este triste paisito triste.


Tampoco sé si tienes alguna convicción política, si prefieres la prensa de la nota roja porque sientes que habla de ti y de tu cotidianidad, si crees que las palabras neoliberalismo, privatización o inversión privada pertenecen al reino de los que sí estudiaron, esos de corbatita y zapatito de tacón. No sé si eres de los que luchan y rabian ante tanta frustración, ante tanta mierda que corre por todos los niveles de gobierno, por ministerios públicos y secretarías, por cada espacio en el que un individuo puede sacar ventaja a costa de los otros. No sé si eres de los que callan y prefieren volver la mirada hacia otro lado, de esos que han aprendido que la mayor indignación que se pueden permitir es la que nace de la gentuza apiñada que les impide circular en su vehículo. No sé si eres de los que se aferran a la indiferencia y al egoísmo para huir de la barbarie: si no me entero no sucedió.       
En fin, que de ti lo desconozco todo, o casi todo, porque sé la única cosa fundamental que a ti y a mí nos hace iguales: ambos, tú y yo y otros cien millones que vivimos en este país, somos simplemente nada. Sí, para el puñado de criminales que tienen las riendas del poder, tú y yo no somos más que una infinitesimal mota de estiércol, y tus anhelos y necesidades y sufrimientos y reclamos, tu voz, no existen, porque nada les importan. Entonces salgo a la calle a buscarte; te reconozco en el viejo de ropa astrosa que con pesadumbre observa la foto en el periódico de los granaderos imponiendo la ley del garrote y también en la elegante señora que pasea su perrito de lujo, tan sonriente ella, tan tranquila ella. Y comprendo que sé además la única cosa que en verdad nos hace diferentes: que mientras uno vive en el apocalíptico país de las últimas cosas, otro encuentra el reposo de su alma con el noticiero de las diez. Envidiable felicidad la que da la indiferencia.

domingo, 2 de diciembre de 2012

el rey ha muerto. viva el rey

Cuatro con uno de la mañana. Afuera, aún suenan esporádicas sirenas cruzando a toda velocidad por Eje Central, sirenas de ambulancia, sirenas de policía. Sirenas crueles con cantos de desgracia. 
Es una larga noche la que ha seguido a un día aún más largo, un día que parecía que no terminaría, que sus llamas y gritos y golpes y disparos no cesarían nunca. Ayer, el alba sorprendió a cientos de jóvenes con una molotov en la mano, a mujeres y hombres con el escozor del gas y del miedo revuelto en la garganta, luchando entre las brumas contra las murallas de San Lázaro. En el castillo, la corona cambiaba de cabeza, ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey! y la corte se entregaba al festín pantagruélico del poder. Tras las murallas, los siervos se revelaban contra tanta maldita miseria humana, armados con palos y con dignidad, con hoces y con la razón, exhibiendo a los poderosos en toda su podredumbre. El rey está desnudo.
En el correr de las horas la lucha cambiaría de escenario. Sobre Avenida Reforma se pelearía cuerpo a cuerpo, en cada esquina y bajo cada nuevo embate de los granaderos tratando desesperadamente de recuperar el reino, un reino edificado sobre la fuerza de sus toletes y sus escudos, pero del que también están excluidos. ¡Ustedes también son pueblo culeros! ¡Once mil pesos, eso vale tu puta vida cabrón! ¡No tienen madre culeros! Las palabras son una cortina de flechas envenenadas de ira y de rencor que llueven sobre aquellos pobres infelices, podridos en su triste abyección. Palabras de justicia y de reclamo que no logran penetrar su coraza y su imbecilidad. Cierran filas, embisten con sus escudos, algunos con el filoso cinismo de su sonrisa, otros con la mirada bovina. Avanzan. Los cascos de sus botas resuenan sobre el asfalto, intimidan, amedrentan, puños apretados, hocicos que bufan. Atacan. Golpean, en grupos de tres, de cinco, sistemáticamente, envilecidamente, castigando el terrible delito de pensar. 
San Lázaro fue una zona de guerra, pero Reforma quedó reducida a una zona de resistencia. Más allá de Bellas Artes y de Avenida Juárez, la gente tan sólo va armada de su valentía y su razón. Mujeres muy mayores asisten a los chavos, los protegen resistiendo hombro con hombro, valientes y tiernas, valientes y serenamente furiosas, sentadas frente a las camionetas cargadas de granaderos. "No peguen", le implora una mujer octogenaria a un granadero aferrándose a su brazo, "No peguen porque será como en el 68". El tipo se revuelve y huye, derrotado por la fortaleza de aquella anciana. A su alrededor, el miedo se transforma en cientos de gritos, ¡fuera peña!, gritos que se vuelven un sólo puño. La ciudad exhibe su fuerza, la fuerza de los débiles.
Las cifras oficiales, esa punta del iceberg, hablan de 92 detenidos y ocho heridos. Como siempre, esa cifras cuentan más en lo que callan que en lo que dicen, y en ese silencio ominoso está la cabeza destrozada por impacto de bala del maestro de teatro de Oaxaca, está el silbido de las balas de goma disparadas afuera de San Lázaro y el llanto de la chica que gritaba por sus compañeros secuestrados en una camioneta. Están también los aplausos triunfantes del contingente que logró escapar de un cerco sobre Madero. Están los crujidos de decenas de cuerpos lastimados, los sollozos de padres y familiares que reclaman por sus hijos horas más tarde, afuera de un ministerio público en la colonia Doctores, ellos mismos acorralados de repente por los policías. Están esas sirenas que, a mis espaldas, asaltan la madrugada del Eje Central.
Y mañana, hoy, es una incógnita a medias. Los organismos de limpia otra vez lavarán la plaza a manguerazos, los diarios hablarán de los violentos y los destrozos, de las amenazas al estado de derecho y de la unidad del pueblo mexicano. Para muchos, para millones, el primero de diciembre será apenas un mito, la mentira malvada y molesta que se sacude de un manotazo. Una vez más, como tantas otras, esta madrugada es una puesta a prueba de la memoria colectiva, generalmente tan limitada al corto plazo. Asomará el sol en cuestión de minutos y la primera plana de los diarios anotará los pronósticos para la final de fútbol. El rey saldrá al balcón y proclamará la fortaleza de las instituciones. Entonces, nos habremos salvado.        

    
  

domingo, 11 de noviembre de 2012

refundación

Hace tanto que no experimento esa dulce sensación de subir un post. Hasta hace poco más de un año conservaba el placer de escribir alguna cosa, de jugar a leer y ser leído por algún visitante accidental, y después simplemente el blog se me perdió. De hecho se me perdió mucho antes, cuando pasó de ser mi agradable rincón de vanalidades a ser un pequeño muro de los lamentos casero. Que nauseabundos suelen ser los clichés, pero lo cierto es que yo soy la personificación de uno de los peores: la gente sólo escribe cuando se siente de la mierda. Sí, es algo tan ordinario, pero es tristemente real.
En el 2010 subí una buena cantidad de posts, buena por lo menos para alguien que por naturaleza tiene tan poco por decir. Fue una época compleja, uno de esos años que no se deben ni se pueden olvidar. En esos días aprendí al fragor de la batalla lo que era ser un forastero en su propia existencia -la frase, genial, es austeriana-, y me vi como ese pescador sin sombra de Wilde, dando tumbos por una ciudad ancha y ajena. Después escampó, y los melodramáticos tormentones cedieron su lugar a días con sol de abril. La vida, que se me había detenido, volvió a echar a andar, ahora en un doctorado y con la maravillosa complicidad de una mujer excepcional. Así, por el tiempo perdido que comenzó a escasear drásticamente y por la alegría que de buenas a primeras abundó, solté las amarras del blog.
Durante este largo distanciamiento, de tiempo en tiempo me asaltaba la nostalgia por subir algo, pero nada más esbozaba un par de líneas de inmediato caía en la cuenta de los múltiples y muchas veces escandalosos defectos de mi escritura, de las fórmulas trilladas a las que siempre recurría y de lo ridículamente acotado que era y es mi vocabulario. Decepcionado, acababa sepultando esas dos líneas insulsas en el tiradero de los borradores para no verlas jamás, y así se me apagaron las pocas intentonas de volver.
Pensé también que este blog había cumplido su tiempo de vida, que habían cambiado tanto las cosas, habían desaparecido los que eran sus poquísimos lectores y había desaparecido aquel que escribía, por lo que tal vez lo correcto era comenzar de nuevo por el primer post, cambiar de casaca y subir al montículo para hacer el lanzamiento inaugural tras una temporada perdedora. Pero eso significaba perder viejas letras, y con ellas perder el pasado que, bueno o malo, es el único que tengo. Así que no, carajo, no. Por más que este blogsito humilde se me haya ido a la mierda, prefiero recomenzarlo con todos sus defectos que empezar de cero.
Lo único que quiero decir, -decirme, pues dudo mucho que por aquí quede algún lector- es que este blog se pone de nuevo en funciones, sin patéticas disertaciones introspectivas -espero- ni mensajes en botellas. Tampoco se encontrarán sesudas reflexiones literarias, estampitas filosóficas o agudos análisis sobre el ser y la nada, no, ni madres. Las disertaciones cultas con toda su pedantería, el iluminismo de acera y el profundísimo profundismo lo dejo en manos de otros más entendidos o más impúdicos.
Aquí sólo se hallarán historias mundanas y de lo mundano, relatos chiquitos que están en cada esquina, de gente chiquita con vidas chiquitas. Se hallarán las anécdotas irrelevantes, las nostalgias y las manías, los cariños y corajes del que escribe, también, un tipo pequeño. Si están mal escritas, si carecen de sentido y de importancia, realmente me tiene sin cuidado. Vuelvo a tomar el timón de esta nave desvencijada que tanto he extrañado, eso sí, con el corazón bien despierto al viento y al aguacero.

   

jueves, 9 de febrero de 2012

la noche de lo eterno. Luis Aberto en Vélez

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez, y vaya mierda volver en un día triste.
Hace tiempo veía una entrevista vieja, como de los setentas. Era un programa de televisión donde un tipo le preguntaba a otro, flaco y desgarbado, con los cabellos convertidos en una batalla y armado con una guitarra entre las manos, qué era lo que pretendía lograr en la vida. El chico, de lo más tranquilo y de lo más humilde, bajaba la mirada, se acomodaba la guitarra y respondía que sólo quería transformar el mundo. El conductor, sorprendido, se le echaba a reír a la cara, mientras el flaco lo miraba como extrañado, sin entender qué era lo que le causaba tanta gracia. Hablaba en serio.
Aquel flaco sólo podía ser Luis Alberto Spinetta, siempre etéreo, siempre con esa maravillosa desfachatez ante la vida. No sé si cambió al mundo, pero sé que a muchos nos hizo vivir mejor en éste.
Ese flaco ha partido, y tratando de guardar un poco la tristeza, he buscado un viejo post que nunca subí. Chau flaco, y gracias por recordarnos que Toda la vida tiene música.  


Diciembre 4, 2009
Desde que atravesaba el par de cuadras camino al estadio entendía lo que estaba a punto de presenciar. Lo sentía al mirar la emoción sin maquillajes en los rostros de aquellos tipos de la vieja guardia, que con el boleto aferrado marchaban en devota procesión hasta la cancha de Vélez. Lo entendí desde mucho antes, cuando hacía la cola para comprar el boleto, el primer día de venta, en la bella librería del Ateneo, y miraba a los chabones que compraban cuatro o cinco o seis entradas, y al recibirlas le gritaban a alguien por el celular "¡ya las tengo, ya las tengo!". Por esos días la euforia ante el regreso de Charly a un masivo barría hasta el último rincón de la ciudad, tanto que hasta la Rolling Stone le había dedicado la portada. En medio de tamaña conmoción el concierto del flaco quedaba en un lugar discreto, pero yo tenía que verlo. Como Belascoarán, que en Adiós Madrid viajaba a las Españas tan sólo por plantarse en  un concierto de Sabina, así había agarrado yo camino para el sur, persiguiendo las huellas del flaco.
Había entendido, o eso creía, porque sólo comprendí todo en su perfecta dimensión hasta alcanzar las gradas, que en un santiamén quedaban abarrotadas hasta las escaleras y los pasillos, y al contemplar la cancha, cubierta en buena parte por sillas, y la gente que poco a poco cumplía el lleno, con la misma solemnidad con que irían a escuchar un concierto de Chopin. Vélez se vestía de gala para recibir a una criatura mitológica llamada Luis Alberto Spinetta.
El verano arrancaba ya y decidí ir ligero, lo que fue una soberana estupidez. Aún antes de que comenzara la música y de que la noche empezara a caer, un tipo cercano a mí, rudo y con su disfraz de rocker muy bien planchado, le preguntaba al hombre que vendía refrescos si no había posibilidad de que le consiguiera un matecito para el frío. Y es que en la grada el viento mordía inclemente, pero todos estábamos listos a aguantar la nevada si era necesario, que en esa ceremonia celebraríamos los cuarenta años de música del flaco y no era cosa de rajarse, no ante lo que todos sabíamos sería un concierto legendario.
Pero ni el más ilusionado alcanzaba a imaginar lo que se nos vendría encima, con las cinco horas y media que el flaco se despachó sin titubear, a sus sesenta tacos, con Cerati tocando Te para tres y Bajan, con Fito compartiendo piano y vocales en Las cosas tienen movimiento y Asilo en tu corazón, con Charly quemando los restos de cuerdas vocales en Rezo por vos. Y sobre el escenario, que cambiaba de instrumentos con cada nueva aparición, desfilaron Invisible, Pescado Rabioso, Jade y Los Socios del desierto, las bandas eternas del flaco, transportándonos en un viaje estelar por las constelaciones del jazz, del rock y el blues.
Yo, en mi papel de forastero en aquel culto y con mi parco conocimiento de apenas un par de discos en la materia -uno de ellos el imprescindible La la lá, ese disco freak del flaco y fito que el chompa tuvo a bien rolarme-, me dejaba llevar por los acordes, entre aves-sirena y planetas multicolores, acompañado por un par de fazos que me acercó la generosidad de un chabón sentado a mi lado, en una experiencia alucinante, viajando a lomo de armonías hasta sentir que estaba solo en ese estadio, en una travesía interior que cerraba mis días en el sur. Esa ceremonia, celebrada exactamente un año atrás en la misma noche en que escribo estas líneas (2010), representó el final de un viaje y el inicio de otro que aún continúa, y para los que tuvimos el honor de presenciarla, sin duda alguna, quedará como una de las mejores noches de nuestras vidas.

martes, 6 de septiembre de 2011

cuadro clínico de la ilusión

Trataba de ser discreto y aguantar pero esta molestia no me la banco más. Sucede que llegó usted, tan campante con sus perfumes de cariño nuevo y sus ajuares de guapa y me trastocó la vida, que al soplo de un hola me alteró el mundo conocido con la sutileza del huracán. Sucede que con la caricia de sus manos delgaditas desacomodó mis novelas de soledad, arruinó mi colección de días primorosamente esmaltados en gris y el atado de pasos perdidos que con tanto esmero guardaba en una caja. Con sus aires de novedad barrió mis calendarios de hojas de otoño y barrió el polvo que cubría las cartas de amor por escribir. ¿Pero quién se ha creído usted? Al verme reflejado en sus ojos se me apagó la mirada torva y al roce de su piel se despertó la mía, durante tanto tiempo adormecida. Con las campanas al vuelo de su risa se me callaron las canciones tristes y algunos pocos ecos del pasado. Hasta ahí la cosa era apenas soportable, podía lidiar con eso y fingir que las aguas se sujetaban a su cauce, pero todo se fue al carajo la mañana en que no encontré más el gesto indiferente en el espejo del baño, y en su lugar me sorprendieron unos ojos donde brillaba la ilusión. ¡La ilusión! ¡Pero cómo se atreve! Yo que con tanto trabajo había logrado vacunarme contra la picadura de ese bicho, y usted tan tranquila, saludando cada día con ese tierno encanto cotidiano. Comprendí entonces que presentaba los primeros síntomas de la temible enfermedad de los boleros y corrí a buscar alivio en la rutina. Busqué el antiguo desamparo que siempre me acompañaba en la oscuridad de los cines, pero ya no estaba ahí. Corrí desesperado a recuperar las letras podridas que siempre brotaban como moho en los intersticios de la madera de las mesas del café, pero nada, ahora cada palabra que escribía era una sonrisa boba y cada línea hablaba de usted. Yo era un tipo sencillo, de vicios fáciles y placeres modestos. Me ejercitaba un poco cada día con la gimnasia del recuerdo para preservarme contra la esperanza, fumaba a mis horas y dormía para no soñar. Un tipo ordinario y tranquilo, muy dado a entablar monólogos con las aceras y exento de la tentación de la vanidad o el heroísmo, que guardaba la risa un poco apolillada en el fondo del armario, que se leía en las novelas de Onetti y que cultivaba en sus ratos libres el viejo oficio del pesimismo. Un poco mezquino y un poco cobarde como cualquier otro, yo era nadie en especial. Pero tenía que aparecer usted, la belleza de usted, el deseo por usted.

Ahora resulta que me descubro amando las noches de los jueves y las charlas de telegrama, que todos los días son el bello abril y todas las canciones una coartada para extrañarla. Resulta que me obligó a hacer las paces con la sonrisa y a soñar con la medianoche de París, que siempre canto una melodía de Jo Stafford y que me paso la vigilia de las noches escribiendo un tratado sobre las constelaciones que brillan en la galaxia de su cuerpo. 
Resulta que le voy queriendo in crescendo, avanzando trechos inmensos a pasos pequeñitos, como los de aquellos besos que muero por poner a desfilar sobre sus labios carmesí. Resulta, señorita, que aunque no ha habido intención en ti de provocar lo que siento, yo le voy queriendo como un estúpido, como había olvidado que se debía querer, con el desparpajo de la ingenuidad y de la cursilería, andando a palos de ciego en el nudo de esta historia que nos ha dado la locura por contar. Resulta que mi empeño tiene cara de osadía, pues me atrevo a querer que quiera quererme, que también es tonto y que entiende muy poco de razones y contextos adversos. Resulta, señorita, que el mundo está recién pintado y que ya no concibo habitarlo sin usted, 
y la culpa es toda suya.    

sábado, 20 de agosto de 2011

viaje de bitácora

Este cuadernito mío no es de arena y finalmente, tras una complicada travesía de más de año y medio, sus hojas, blancas como velas que le llevaban impulsadas por la caricia del azar, se han terminado. Juntos, ese compañero que compré por dos pesos en un botadero de libros y yo, echamos a andar por mar abierto, agarrando rumbo en medio del temporal. Con una brújula sin norte y la suerte tirada a la contra, anduvimos a los tumbos aquí y allá, buscando en el firmamento la certeza de una estrella a la cual amarrar el curso.
Caprichosas fueron las corrientes del azar que a veces empujaron con la suave melodía del oleaje calmo y otras con violentos golpes de mar, pero nunca les sacamos la vuelta. Así conocimos por igual algunas veladas memorables entre tragos y abrazos que días sombríos, encallados en las arenas del cabo de Poca Esperanza, y la risa se nos confundió con el llanto y la nostalgia con la rutina, pero nunca dejamos de bogar.
En los trazos apretados y tensos que plagan ese cuadernillo leo lo que fue mi vida en aquellos meses. Las primeras anotaciones son sobre la tesis y mis torpes intentos por resistir el exilio a punta de trabajo. Hablan de epidemias, del miedo que impregnaba los aires de ciudades viejas, y así se siguen, con reportes de médicos decimonónicos y anotaciones de libros que comparten página con soliloquios retorcidos, con peleas con la memoria y el olvido prendidas a una vida vacía como notas al pie y posts grises como nubes cargadas de lluvia. Hay muchas notas que arrojé a las aguas en botellas que nadie recogió, cartas de melancolía y de falso rencor sin destinatario ni remitente y rayitas en grupos de cinco arañadas sobre la monotonía de muros infranqueables. Hay nombres que llegaron y nombres que se fueron, nombres que perdí y uno que otro que aún extraño. Hay muchas tardes perdidas sobre la mesa de un café, todas igualmente absurdas, tan viciadas que son como una sola repetida hasta el hartazgo. Entre cuentos del fracaso y crónicas de caminante sin camino está la dirección de la Universidad del País Vasco, apartado 1397, Bilbao; está la historia de la tarde lluviosa en que proyectaron Enamorada en el Auditorio Nacional, una tarde de luto en que la vieja hizo tanta falta, y suenan aún los ecos de una noche feliz en conventillo, con sus viejos cantando tangos, su gato gordo sobre la mesa y con aquella sonrisa tan diáfana que aún ahora puedo ver de cuando en cuando al cerrar los ojos. Está todo, están las notas del curso que daba los miércoles en aquellas tardes felices que se adentraban en la madrugada, entre cervezas y canciones de Joaquín y de Silvio, y están los boletos de la cineteca que cuentan la misma película aburrida del tipo solo que corría a buscar refugio en la obscuridad de una sala, en tardes de mal talante. Están todos los verdes que bailaban con el sol entre el follaje de los árboles del Franz Mayer, y están sus mesitas de frío marmol y mi amigo el poeta y sus partidas de ajedrez, y claro, está Auster bebiendo café mientras me contaba lo sola que estaba la soledad.
En ese cuaderno, con sus tapas viejas y castigadas por tanta marcha leo la bitácora de una vida que ha quedado atrás, con la amenaza de naufragio en cada día, con su bien y su mal y sus olvidos y sus recuerdos y sus expresos dobles y sus bares cerrados a la madrugada. Entre las últimas páginas aparece el comienzo de una nueva travesía, en los mares del sur de la ciudad. La rosa de los vientos floreció otra vez con un nuevo norte, un nuevo camino adoquinado con lecturas a las tres de la mañana y silencios de biblioteca, una nueva oportunidad para ver hasta donde da el aguante. Y esta última paginita cierra feliz con el asombroso descubrimiento de que París aún me esperaba a la medianoche, que al azar aún le quedan algunos cuentos de besos y abrazos por contar. Así cerramos este viaje compañero, guárdame esa vida vieja y levantemos la copa por lo afortunados que hemos sido al conocer los secretos del oleaje, que a cada golpe sabe traer una nueva oportunidad.



jueves, 11 de agosto de 2011


El pequeño dolor que me rebota en algún rincón impreciso de la cabeza, la pesadez del cuerpo, el sueño que sutilmente me cubre los párpados, todo es distinto. Es un cansancio agradable, que resbala lento por cada poro, como un abrazo que me toma suavemente y me dice para flaco, esta noche no. Le explico que tengo que leer, que no entregué el reporte de tal libro, que, que... no le importa nada, no escucha razones y no me da la gana pelear con él, no hoy. Qué carajo, hoy o mañana Weber seguirá siendo una tenebrosa fortaleza impenetrable, Elias, más amable, comprenderá el desaire, Geertz estará ahí cuando despierte y O'Gorman continuará sus rabietas contra Colón esta noche o mañana. En europa oriental las naciones se seguirán formando y los griegos serán un día más la cuna de todas las historias. No te lo tomes tan en serio, me recuerda; no pasa nada, puedes dormir y las cosas seguirán igual mañana. Afuera, entre los juegos del viento, el mundo rueda tranquilo y calladito.

El sueño de esta noche es particular porque guarda el dulce sabor a tierra del camino. The band is on the road, again.

miércoles, 3 de agosto de 2011

personaje de Onetti

La cosa está así. Veré cuanto se puede escribir en lo que dura un cigarrillo, en estos tiempos en que todo parece imponer la economía del tiempo. Además hace rato ya que tengo demasiadas palabras para decir tan poca cosa, y cuando hay alguna cosa que contar se esconden las palabras. Por eso lo mejor tal vez será no perder demasiado tiempo en estas pavadas.
Por estos días de nuevo puedo pagarme el lujo de leer a Onetti, el uruguayo aquel tan enterado en el drama de los escenarios polvorientos, en el mar de vida o de miseria que radica en una charca, y que sólo espera quien sea digno de contarlo. Nadie como él para hacerlo.
Me resulta indigno dedicarle los ratos del metro o el microbús a su lectura, a él, que por la belleza de su lenguaje siempre amerita un estupendo expreso doble. Lo siento viejo, así las cosas. Entre las tristezas pequeñas y viejas que dan forma a las calles de Santa María encuentro esto:
 "yo, éste al que designo éste, al que veo moverse, pensar, aburrirse, caer en la tristeza y salir, abandonarse a cualquier pequeña, variable forma de la fe y salir." Me encuentro.

Ocho pitadas en 9.12 minutos.